La configuración ética de una empresa dice mucho de su equipo directivo y del tipo de mandato que se ejerce desde las primeras posiciones ejecutivas. Lanzar una propuesta como la Junta de Grupos de Interés que celebró ayer Agbar es un hito que marca un antes y un después para muchas compañías, incluso de menor tamaño e influencia, que se regocijan en su imagen de marca o en trabajar su reputación social, pero solo de cara a la galería. Y, sobre todo, es una actuación innovadora en el ámbito de las empresas de suministros, en ocasiones vilipendiadas por deporte populista.
La acción que pilotó ayer el presidente de la firma barcelonesa implica un compromiso en firme con los territorios donde opera, a los que está vinculada. Es destacable su voluntad de dar retorno a la actividad a la vez que se aplica una cultura corporativa en la que el éxito social del negocio se valora al mismo nivel que la obtención de beneficios.
Se trata de un planteamiento infinitamente más generoso con la sociedad que el de cualquier otra corporación, además de suponer un salto cualitativo en materia de transparencia y apertura a la comunidad en la que se opera.