Las vacunas, para los míos
Las actitudes mezquinas son consustanciales a nuestra lamentable clase política, pero no deberían serlo entre el colectivo científico. En ese sentido, cuando el TSJC dio la orden de que se vacunara de una maldita vez a los miembros de la policía nacional y de la Guardia Civil destinados en Cataluña, el miserable tuit del no menos miserable Carles Puigdemont fue totalmente previsible: ante la intolerable injerencia judicial, el cobardica de Waterloo hizo saber su indignación ante los supuestos privilegios que las fuerzas de ocupación disfrutaban frente a las abuelitas a las que les abrieron la cabeza en la gloriosa jornada del 1 de octubre al intentar participar en un referéndum ilegal. Hasta ahí, como decía, ninguna sorpresa. Lo que ya nos cogió a muchos con el paso cambiado fue que el epidemiólogo Josep Maria Argimon, al frente de la respuesta catalana al coronavirus --y del Institut Català de la Salut desde 2018--, se sumara con la suya propia a la miseria moral del hombre del maletero y dijera que, por culpa de la pasma, los catalanes ejemplares de más de 70 años se iban a quedar sin vacuna. Ya sabíamos que el doctor Argimon era un lazi de pro (algo que debe haberle ayudado en su carrera político-sanitaria), pero tal vez no hacía falta que, en esta ocasión, el sectario que lleva dentro se impusiera al muchacho que, años ha, suscribió el juramento hipocrático. Para colmo, disfrazó su desinterés por el bienestar de maderos y picoletos de seriedad profesional, cuando era evidente que el seudo gobiernillo catalán, tras vacunar a mossos d´esquadra y policías locales, se había “olvidado” de las fuerzas de seguridad del estado (opresor).
La principal misión del nacionalismo es ensuciarlo todo, incluida la medicina. Sus representantes se pasan la vida denunciando la venganza que, según ellos, ejerce la justicia española contra los responsables de la charlotada de hace cuatro años, pero sus propias venganzas --en este caso, contra la Policía Nacional y la Guardia Civil. se les antojan justas y necesarias. Los médicos lazis, como el señor Argimon, les vienen al pelo para seguir aplicando su particular ley del embudo. Si Argimon hubiese dicho en su momento que había que vacunar a la pasma, el TSJC no habría tenido que intervenir, aunque es posible que la autoridad incompetente hubiese mirado mal al galeno y contemplado la posibilidad de sustituirlo por alguien que considerara que dejar reventar a las fuerzas de ocupación era lo mejor que se podía hacer. En cualquier caso, flaco favor le ha hecho el lazi Argimon al epidemiólogo Argimon --y, de rebote, a toda la comunidad científica catalana--.