Borrada de la historia
Esta noche tiene lugar en el Teatre Joventut de Hospitalet un concierto que, bajo el título de Una bruixa com nosaltres, pretende rendir homenaje a uno de los personajes más olvidados de la cançó catalana, Guillermina Motta (Barcelona, 1942), a la que tuve el placer de tratar bastante durante los años noventa y de la que hace bastante que no sé nada. No recuerdo cómo nos hicimos amigos ni cómo dejamos de vernos, solo sé que a veces pienso en ella y siempre con cariño y respeto. En esa época, yo escribía en El País y ya había empezado a dar muestras de la grima que me inspiraban los nacionalistas de mi paisito, que era la misma que le daban a ella. De ahí debió arrancar esa amistad que no sé muy bien cómo empezó ni soy consciente de por qué se fue desvaneciendo. Ya entonces, Guillermina no estaba muy bien vista por el régimen, pero aún se le permitía ganarse la vida en alguna emisora de radio. En 1997, hasta le concedieron la Medalla de Honor del Parlament de Catalunya, pero ella, que ya debía andar algo mosca, ni se molestó en recogerla (no me consta que le hayan dado la Creu de Sant Jordi, probablemente porque era muy capaz de seguir el ejemplo de Rosa María Sardà, otra notoria disidente, y devolverla exigiendo un recibo).
Esta noche, unas cuantas cantantes catalanas que no conozco se acuerdan de Guillermina y yo me alegro, pero la cosa, aunque resulte sorprendente en el ambiente enrarecido que se respira por estos andurriales, llega un poco tarde, pese a que la señora Motta, además de prestarse fácilmente a ser presentada como icono feminista (siempre hizo lo que le dio la gana y fue toda una empoderada avant la lettre), atesora una carrera musical interesante, divertida y enemiga de la solemnidad, tanto en la música pop como en su acercamiento al cuplé o al tango (a medias, en este caso, con otro réprobo injustamente olvidado y ya fallecido, Enric Barbat). Como chica yeyé no tenía precio: atractiva, descarada, independiente y osada, se dedicó a la chanson francesa y a la canción catalana en todas sus variantes. Pero como nunca se apuntó al prusés y no ha sido vista exigiendo la libertad de nadie, se la ha ido olvidando de forma voluntaria desde las esferas del poder local, mientras se recordaba a gente afecta a la causa o a la que se podía sacar partido porque ya estaba criando malvas (véase el caso del pobre Ovidi Montllor, del que se han apropiado los lazis --pensar que el cupaire David Fernández lidera un grupo de homenaje al de Alcoy pone los pelos de punta--, como antes se apropiaron de Salvador Espriu, un poeta que nunca se había definido como independentista).
Hace años que nada se sabe de Guillermina. Un buen día dejó de hablar en la radio y da la impresión de que optó por el exilio interior, sabia decisión en ciertos lugares y a ciertas edades. El homenaje musical de esta noche es, sin duda alguna, una buena noticia. No sé si será el primer intento de recuperar a alguien valioso o el bienintencionado capricho de unas chicas yeyé del presente que se acuerdan de alguien que dio la nota en otro tiempo y, casi, otro lugar. Bienvenido sea, en cualquier caso. Y yo, a ver si rompo el silencio personal de los últimos años y la llamo para ver cómo está. Lo difícil va a ser dar con su número de teléfono, perdido en una era anterior a los móviles.