Un linchamiento injusto
Tras su reciente viaje a Moscú, a Josep Borrell (La Pobla de Segur, 1947) le ha caído la del pulpo. Después de encajar una bronca de un cinismo considerable a manos de Sergei Labrov, ministro de Asuntos Exteriores de la Rusia de Putin, ese ejemplo de democracia participativa, tuvo que aguantar el chorreo de unos cuantos miembros del Parlamento Europeo y las bromitas de gentuza como Puigdemont, encantado de recibir cualquier apoyo -Labrov le dijo a Borrell que en España tenemos presos políticos-, aunque sea de un secuaz de un tiranuelo que va por ahí envenenando (presuntamente) a los opositores que se le ponen de canto.
Para completar el linchamiento, tampoco faltó quién acusó a Borrell de poca energía al enfrentarse al desfachatado Labrov, a quien, según algunos, debería haber puesto verde mientras adoptaba una posición más firme ante la absurda expulsión de tres diplomáticos europeos de Rusia. Ni tanto ni tan calvo. Uno cree que la excursión moscovita de Borrell no fue el éxito europeo que todos esperábamos, pero tampoco la patética actuación internacional de un calzonazos de la política. Sí, le faltó músculo en el asunto de los diplomáticos expulsados.
Y podría haberse mostrado algo más sarcástico a la hora de diferenciar a un fugitivo de la justicia de un estado de derecho de un opositor a una dictadura disimulada como Navalny, que un poco más y no lo cuenta tras su contacto con el agente tóxico Novichok. De las risitas de Puchi y de los artículos mezquinos de la prensa separatista online que vive del erario público, no vale la pena decir nada: ellos se lo guisan y ellos se lo comen, y si Charles Manson saliera de la tumba para hablar bien de Jordi Cuixart por lucir tan bien el mullet, también lo aplaudirían, ya que todo lo que sea de utilidad para el convento se acoge con alborozo y sin hacerse preguntas sobre su origen y sus motivos.
Pedir, como han hecho algunos, la dimisión de Borrell de su súper cargo europeo me parece una exageración. También lo es la amenaza del ínclito Labrov de suspender las relaciones con la Unión Europea, que lo que tiene que hacer es ir pensando en posibles sanciones para Rusia, a ver si así se le bajan los humos a su ministro de Asuntos Exteriores.
Lamentablemente, no se ha registrado hasta ahora la necesaria unidad a la hora de plantear esas sanciones. Una vez más, cada país de la Unión va a su bola y, mientras hay quien cree que hay que hacer algo para poder seguir mirándonos al espejo sin pasar vergüenza, también hay quien prefiere salvaguardar sus chollos personales en forma de oleoducto, gasoducto o cualquier otra cosa acabada en ducto.
Ciertamente, nuestro querido Pepe Borrell no se cubrió de gloria en su viaje a Moscú y, en cierta medida, cayó en la trampa del cínico de Labrov, brillante graduado en la Escuela Putin de Desfachatez Diplomática. Pero tomarla con él no va a servir de nada. O la Unión Europea adopta una actitud contundente al respecto o el pobre Alexéi Navalny va a acabar, como decía un brigada tarugo que sufrí durante mi servicio militar, haciendo más mili que el palo de la bandera.