Soy mallorquina de vocación
Por motivos que no alcanzo a explicarme muy bien, llevo años siguiendo las aventuras de Hilaria Thomas, la segunda esposa (tras Kim Basinger) del actor Alec Baldwin, a quien le ha dado cinco hijos (uno detrás de otro) antes de cumplir los 35 (ella, claro, porque el otro ya no cumple los 60). Hilaria se pasa la vida en Instagram y en la prensa del corazón, donde brilla con luz propia en la sección de celebrities del tabloide británico The Daily Mail, a la que me suscribí siguiendo el consejo de mi amiga Isabel Coixet. Hilaria es instructora de yoga e influencer durante los escasos momentos en que no está embarazada o de baja por maternidad. Se suponía que Hilaria era española --concretamente, mallorquina--, y de ahí que los cinco hermanos Baldwin atiendan por Paco, Lola, Edu o nombres semejantes, cosa que a Alec le parecía normal, teniendo en cuenta los orígenes de mamá. Pero ahora se acaba de descubrir que Hilaria se llama Hillary, nació en Boston, gasta un acento español más falso que el beso de Judas y solo cae por Mallorca de uvas a peras para visitar a sus progenitores, dos profesores universitarios más americanos que la mantequilla de cacahuete que se retiraron a la isla en 2011 (la familia de mamá lleva cuatro generaciones en Massachusetts, y la de papá se remonta a los tiempos anteriores a la guerra civil). De hecho, nadie la ha oído hablar nunca en español y hay serias dudas acerca de su conocimiento del idioma. La cosa, evidentemente, ha producido un cierto escándalo en Estados Unidos, donde nadie entiende muy bien porqué se ha pasado esta mujer tantos años diciendo que era española.
Yo tampoco lo entiendo. A efectos de social climbing, ¿alguien me puede decir para qué te sirve ser mallorquina en Manhattan? Como no detecto beneficio alguno en tal impostura, llego a la conclusión de que la pobre chica no acaba de estar bien de la galleta. Cierto es que es la suya una manía inofensiva, pero resulta innegablemente absurda. Menos mal que Alec, siempre fiel a sí mismo, ya ha amenazado a todos los que pongan en duda los orígenes étnicos de la parienta --la última vez que lo detuvieron fue por liarse a bofetadas con un conciudadano por una plaza de aparcamiento--, pero yo de él me preguntaría por qué tengo cinco hijos con nombre español si su madre es de Boston y solo ha ido a España de vacaciones.
A la pobre Hilaria me la han puesto de vuelta y media sin que el Govern Balear o el Consell de Ses Illes diga esta boca es mía, aunque supongo que es normal, ya que no deben haberle visto el pelo en la vida. La humorista Amy Schumer le dedicó un tuit que ponía: “Entiendo a Hilaria. Yo también he estado un par de veces en España y me encantó”. A guisa de respuesta, Hilaria dijo que es una chica blanca, de acuerdo, pero que en Europa hay mucha gente de esa raza (como si en España fuésemos casi todos negros). Y el otro día colgó en Instagram una foto suya bailando flamenco delante de la estatua de un torero que daba gusto verla y que, según ella, igual demuestra que es más mallorquina que Tomeu Penya.
Como todo lo que no entiendo, Hilaria me fascina. No entiendo la perra que le ha dado con lo de hacerse la balear ni el provecho que ha sacado de ello. Yo diría que no ha sacado nada más que la opinión generalizada de que no está en sus cabales. Pero eso me la hace aún más grande.