El villano ideal para 007
Siempre he pensado que Daniel Craig era el actor ideal para interpretar al villano de las películas de James Bond, pero que se había producido un serio miscasting al otorgarle el rol del espía con licencia para matar. Cuando se lo dieron, mi amigo Ignacio Vidal-Folch clamó: “¡Pero si ese tío es Vladmir Putin!”. Y no fui capaz de llevarle la contraria, aunque no estoy diciendo que Craig sea un mal actor -estaba muy gracioso en su papel de seudo Poirot en Puñales por la espalda y era muy creíble como amante de Francis Bacon en Love is the devil-, sino que su aspecto de frío asesino de un país del este no se me antoja el más adecuado para heredar un papel que bordaron, cada uno a su manera, el frío Connery, el apayasado Moore o el elegante Brosnan. Por lo contrario, si algún día se rueda una biopic de Vladimir Putin, no hay quien le dispute el rol.
Vladimir Putin (San Petersburgo, 1952) da la impresión de querer interpretar en la vida real el papel que a Craig le venía que ni pintado: el de malo de una película de 007. Me lo confirma su última aparición pública, que no tiene nada que envidiar a las que solía efectuar en la pantalla el malvado doctor Fumanchú. Preguntado por el extraño incidente sufrido por el opositor Alexéi Navalni -envenenado con Novichok, sustancia de una letalidad máxima-, el bueno de Vladimir puso su mejor sonrisita maligna y se quitó de encima al casi fiambre tildándole de mindundi en el que Rusia nunca se ha fijado ni para quitarlo de en medio ni para nada.
“Si hubiese querido matarlo, ya estaría muerto”, dijo Putin mientras a mí se me erizaban los vellos de la nuca (no quiero pensar lo que debieron sentir los que escucharon semejante animalada en directo). Otro hubiera improvisado una excusa distinta, pero Putin es como aquel jeque árabe en cuyos consulados en el extranjero se dedican a descuartizar a compatriotas molestos y no está para disimular. El subtexto de su baladronada era: “Todos sabemos que yo di la orden de que eliminaran a ese berzotas, pero, lamentablemente, las cosas no acabaron de salir según lo previsto. Ya nos hemos encargado de los chapuceros que la cagaron. Y nadie de la comunidad internacional me va a decir nada porque estoy muy loco, ¡hostias!”.
No hay como ser fuerte para que la comunidad internacional se lo piense mucho antes de cantarte las cuarenta. Si eres un desgraciadito con mala entraña, como los presidentes de Hungría y Polonia, todo el mundo te afea la conducta y te amenaza, pero si eres un desgraciado de nivel cinco, a callar y a mirar para otro lado. A nadie se le escapa que Putin, además del perfecto villano de las películas de Bond, es un tirano corrupto a cuya sombra se enriquece lo peor de Rusia.
Nostálgico de la URSS, lo es también del zarismo (el hombre se gasta un curioso eclecticismo), del poder de la Iglesia y hasta del padrecito Stalin. Se comenta que en su época de field agent en el KGB se cargó a más de uno con sus propias manos. Y son ya un montón los que han caído de manera extraña durante los tropecientos años que lleva al frente del gobierno ruso, ya sea dando la cara o por la persona interpuesta de su fiel Medvedev. Que estamos ante un indeseable es del dominio público, pero no tomamos medidas contra él porque nos puede, que es lo que decíamos en el cole del matón que nos robaba impunemente el bocadillo.
Está tan seguro de sí mismo que hasta se permite comentarios irónicos sobre un opositor que ha estado a punto de perder la vida y al que se puede intentar volver a asesinar en cualquier momento. No es que borde su rol de villano de James Bond, sino que, además, lo disfruta enormemente.