¿Me estás oyendo, inútil?
El título de esta columna es una frase de la canción de Paquita la del Barrio Rata de dos patas y constituye el centro de gravedad --no sé si permanente, habría que preguntárselo a Franco Battiato-- de ese tema consagrado al rencor eterno hacia un amante lamentable. Paquita la suelta cuando ya lleva un buen rato poniendo verde al sujeto y ve la necesidad de captar definitivamente su atención con una alocución tan indignada como amenazante. En Cataluña, somos legión los que recurriríamos a ella tras tirarnos unos minutos poniéndote de vuelta y media, apreciado Quim.
No estuviste mucho tiempo haciendo como que presidías la Generalitat, pero fue suficiente para ganarte nuestro desprecio eterno. Y cuando creíamos que nos habíamos librado de ti y que disfrutabas inmerecidamente de un retiro dorado sufragado por el contribuyente, he aquí que te empeñas en salir de esa confortable papelera de la historia en la que te habían depositado los tuyos y pareces querer tratar de interpretar algún papel en la Cataluña actual. Primero te descuelgas con un amago de mediación entre ERC y Junts per Cat para ver si se llevan mejor en vistas a la ansiada independencia. A continuación, y solo pur juder, como dice el chiste del gallego, te ciscas en los intentos de Rufián por pactar los presupuestos del estado con Sánchez y blasonas de la que, al parecer, es la piedra angular de tu zarrapastrosa presidencia autonómica: haber dicho que no a todos los presupuestos nacionales habidos y por haber. Ya sé que no tienes nada más de lo que vanagloriarte, pero reconocerás que nadie ha pasado a la historia por, con perdón, dedicarse a joder la marrana de manera permanente.
Creo que hemos tenido mucha paciencia contigo, mi buen Quim. Nada más ocupar el cargo que te tocó en una tómbola celebrada en Waterloo --¿te has fijado en que si lo pronuncias a la inglesa te salen dos palabras, water (agua) y loo (retrete), tremendamente adecuadas para un sitio que alberga a alguien como Carles Puigdemont?--, te subiste el sueldo. Cuando viste que se te acababa el chollo y que te iban a inhabilitar por una pancarta pueril, te subiste la pensión. Durante el tiempo que ejerciste de vicario del fugitivo, lo único que hiciste fue dividir aún más al paisito y marcarte una obra de gobierno inexistente. Bueno, sí, también promocionaste la ratafía como bebida nacional y no te perdiste ni una fira del càntir ni un aplec del caragol (tú no eres como Pompidou, que legó a París un museo, o Mitterrand, que se cascó una pirámide en el Louvre. Quin parell de quoniams, oi?).
Llámanos ingenuos, pero cuando te botaron, confiamos en que te encerraras en ese palacete gerundense que han puesto los tuyos a tu disposición y te pulieras los 10.000 euros mensuales que te habían caído a perpetuidad por dejar Cataluña peor de como la habías encontrado. Pero ni esa alegría has sido capaz de proporcionarnos. Parece que echas de menos pintar algo y por eso insistes en dar tu opinión cuando nadie te la ha pedido. Por lo menos --¡algo es algo!--, has conseguido una frase ideal para tu lápida: “Nunca aprobó los presupuestos del malvado Estado español”. No es gran cosa como epitafio, pero refleja a la perfección tu visión de la política y de la vida. La visión de un inútil cuya vida se resumiría mejor con el título de la primera película de Woody Allen, Toma el dinero y corre.