Gracias por la vacuna
Aún recuerdo cuando compré No ruinous feud, el penúltimo disco del grupo escocés de folk psicodélico The Incredible String Band, y vi cómo me alegraba la vida una de sus canciones cada vez que la escuchaba. Se llamaba My blue tears (Mis tristes lágrimas) y cuando consulté los créditos del álbum para ver si la había compuesto Mike Heron o Robin Williamson, me encontré con que se trataba de una versión de un tema de Dolly Parton, a la que hasta entonces había considerado un personaje ridículo, pues así de atrevida es la ignorancia. Ahí empezó el final de mi desprecio por la música country, que murió definitivamente al escuchar el disco de Elvis Costello Almost blue. A partir de ahí, me hice fan de Hank Williams y Patsy Cline, que en paz descansen, y empecé a mirar con otros ojos a la voluptuosa Dolly, a la que incluso llegué a perdonar que hubiese escrito una cursilería del calibre de I will always love you, que tanta fama y fortuna procuró a la desdichada Whitney Houston.
Dolly Parton (Locust Ridge, Tennessee, 1946) es mucho más que una rubia de bote con un peinado inflado y unos pechos de calendario para camioneros. No negaré que el suyo es un look arriesgado para los puristas del pop, pero si haces el pequeño esfuerzo de ir más allá del pelucón y de las 12 capas de maquillaje, descubres que Dolly es una compositora sensacional que toca cuatro instrumentos --guitarra, piano, armónica y banjo--, que ha colaborado con varias luminarias del género --de Porter Wagoner a Willie Nelson, pasando por Linda Ronstadt y Emmylou Harris--, que no es una loca de extrema derecha y que merece ser tomada absolutamente en serio (bueno, te puedes permitir algún comentario irónico sobre sus pintas, pero siempre sin perderle el respeto). Aunque con la edad se me están quitando las ganas de viajar, no le haría ascos a una invitación a Dollywood, su parque temático, si es que no lo han chapado ya, como sucedió con el museo que había en Las Vegas dedicado al inefable Liberace.
Gracias a Dolly Parton estamos un poco más cerca de vencer al coronavirus. La cantante ha contribuido con un millón de dólares a las investigaciones de la vacuna que acaba de fabricar la farmacéutica Moderna y de la que pronto nos beneficiaremos. Lejos de los numeritos progres exhibicionistas de Sean Penn --un hombre capaz de llevarse a un camarógrafo a Haiti para registrar los cinco minutos que se tira con un saco de arroz al hombro, los justos para que la toma quede chula--, Dolly se ha limitado a sacar el talonario y desprenderse de uno de sus mejores millones de pavos. Un gesto digno de aplauso que ha llevado a cabo sin desprenderse de la sonrisa Profidén y del cardado que lleva luciendo desde la adolescencia. Frente a tantos devotos del postureo a lo Bono de U2 --héroe del pueblo y evasor fiscal a partes iguales--, Dolly ha optado por ir discretamente al grano y rascarse el bolsillo. Sí, ya sabemos que es millonaria y se lo puede permitir, pero hay mucha gente en su posición a la que no le sacas ni un duro y que, encima, te da lecciones de altruismo y solidaridad.