¿No había nada mejor?
Los españoles estamos acostumbrados a observar al líder de cada uno de nuestros partidos políticos y preguntarnos: ¿no han encontrado a nadie mejor para ponerlo al frente de la pandilla? Actualmente nos pasa con Sánchez, Casado, Iglesias e tutti quanti (por no hablar de los presidentes de la Generalitat, a los que hay que echar de comer aparte de lo frikis que son), y miramos con cierta envidia a personajes como Emmanuel Macron o Angela Merkel (ya que no a Boris Johnson), que nos parecen el colmo de la seriedad y el rigor en comparación con nuestros gobernantes. Con Barack Obama ya se nos cayó la baba: eso sí que era un macho alfa, un líder progresista con fundamento. Lo disfrutamos ocho años y luego vino un mastodonte anaranjado, tan ridículo como peligroso, y ahora estamos obligados a depositar nuestras esperanzas de un mundo mejor en un sujeto gris y de aspecto funcionarial como Joe Biden (Scranton, Pensilvania, 1942), que, aunque no sea el tipo tonto y senil que ve Trump, tampoco es precisamente la alegría de la huerta y nos lleva a trasladar al Partido Demócrata norteamericano la pregunta que nos hacemos con los líderes domésticos: ¿de verdad no han encontrado nada mejor?
Presentar como aspirante a la presidencia a alguien que ya ha ejercido la vicepresidencia revela falta de imaginación y de banquillo. De acuerdo: Bernie Sanders es un marxistón pelmazo y aburrido, Pete Buttigieg era homosexual y hasta ahí podíamos llegar para muchos estadounidenses, Beto O´Rourke era demasiado joven y progre, Alexandria Ocasio-Cortez no tenía la edad necesaria para aspirar a nada… Por eliminación, los demócratas acabaron con Good old Joe, emparejándolo con una mujer supuestamente negra, Kamala Harris, que rejuvenecía el tíquet y aportaba elementos de una cierta comercialidad: mujer, no del todo blanca, progresista… Estos bueyes tenemos, con estos bueyes aramos. Pero cuando necesitas que el votante odie más al oponente de lo que ama a tu candidato, no puede decirse que hayas hecho muy bien las cosas. Y es que ves a Ocasio-Cortez en la portada de Vanity Fair y clamas (perdón por el micro machismo) “¡Cuenta con mi voto, guapetona!”. Pero ves a Biden batallando por no quedarse frito en mitad de su discurso, cual abuelo Simpson, y piensas que, con tal de librarte del zanahorio, serías capaz de votar a Charles Manson (caso de que resucitara y se presentara a las elecciones). Da qué pensar (y nada bueno) que una estructura de poder como el Partido Demócrata de los Estados Unidos de América no pueda producir nada más estimulante que el bueno de Joe Biden, un hombre que no tendría nada que hacer de no tener delante a ese fenómeno de feria que es Donald Trump.
Soy consciente de que decir esto desde España, con los líderes políticos que tenemos, es de un atrevimiento rayano en la desfachatez, pero es que hemos crecido pensando que en América todo era mejor y más grande, y es una decepción comprobar que su presidencia se dirime entre un indeseable y un probo funcionario. Esperábamos más, francamente.