El islam como amenaza
Para ser un fanático basta con carecer del más elemental sentido del humor y mostrar cierta propensión a indignarse. En ese sentido, Michel Houellebecq fue afortunado cuando le hizo decir a un personaje de uno de sus libros aquella butade de que el islam era una religión inventada en el desierto por un beduino, aburrido ya de sodomizar a su camello. Los indignados sin humor de turno lo llevaron a juicio, lo perdieron y ahí terminó todo. Otros no han tenido tanta suerte, como Samuel Paty, el profesor francés decapitado en París por un chaval de 18 años molesto con la exhibición de unas caricaturas de Mahoma en clase por parte del docente. Aunque el señor Paty permitió salir del aula a los alumnos susceptibles de sentirse ofendidos, alguno se quedó, se lo comentó a su padre, este montó en cólera en las redes (que, al parecer, están para eso, para indignarse) y la cosa terminó como todos sabemos, con la sobreactuación criminal de uno de esos idiotas del horror de los que hablaba Franco Battiato en su canción Bandiera bianca.
La reacción del primer ministro francés, Emmanuel Macron, me ha parecido ejemplar, al reconocer que Occidente tiene un problema muy grave con el islam extremista y que ese problema hay que atajarlo cuanto antes. Ningún comentario buenista sobre una sociedad que falla en su conjunto (Francia acogió al asesino y le otorgó, junto a sus progenitores, el estatus de refugiado político), ninguna llamada a evitar la islamofobia (si existe y no es un invento del ala radical del islam, ya le plantaremos cara cuando convenga), ningún intento de equiparar al profesor y al criminal como víctimas de la misma sociedad injusta. Todo lo contrario de lo que sucedió en Barcelona tras el atentado de las Ramblas, cuando algunas almas puras nos avisaron de los peligros de la islamofobia con los cadáveres aún calientes y el gobiernillo lazi se las apañó, prácticamente, para insinuar que la furgoneta asesina la conducía la princesa Leonor con Mariano Rajoy de copiloto, dándole instrucciones.
Corre por las redes el comentario de una señora española que, ante la foto del féretro del señor Paty, asegura echar de menos el de quien lo decapitó porque, según ella, ambos son víctimas de una sociedad que no sabe gestionar correctamente sus tensiones. Como se pueden figurar, le han dicho de todo menos bonita. Tal vez porque muchos estamos hartos de esa actitud autodenigrante que reparte las culpas con munificencia para aparentar bondad y progresismo. Y porque pensamos que aquí el único culpable es ese “niño de 18 años” (según la interfecta) y toda la basura seudotrascendente que le habían metido en la cabeza sus mayores. Si no sabemos identificar al enemigo cuando lo tenemos delante, tal vez merecemos que nos corten la cabeza a todos.
La actitud de Macron ha sido la que se espera de quien está al frente de un gobierno democrático occidental, y la respuesta de los franceses ha consistido, en general, en cerrar filas ante un caso que, probablemente, no será la última muestra de la chaladura que distingue a la versión más radical del islam. Que somos sociedades imperfectas, ya lo sabemos, gracias, pero lo serán mucho más si no conseguimos doblegar a los idiotas del horror. Y, ya puestos, a los idiotas que siempre encuentran alguna justificación antioccidental a los delirios de una gente que no se ha movido mentalmente de la edad media y que nos lleva a pensar que tal vez Houellebecq no andaba tan desencaminado con su teoría del beduino y su camello.