Comunismo burgués y servil
El día de la visita a Barcelona del rey Felipe VI, a los de Òmnium se les ocurrió la brillante idea de colgar una pancarta ofensiva para la monarquía española en el balcón de un piso situado frente a la estación de Francia de Barcelona. Gracias al fino humor y al agudo sentido de la ironía que distinguen a las tropas de Elisenda Paluzie --quien llegó al extremo de quemar personalmente una foto del rey, para que se viera que su asociación de fanáticos no respeta ni las más elementales normas de urbanidad política--, la pancarta en cuestión exhibía el lema Juan Carlos primer, Felipe l´últim, y fue retirada por los mossos, a instancias del dueño del edificio, porque tras la pancarta cabía perfectamente un francotirador con aviesas intenciones magnicidas. Cierto: es muy improbable que Òmnium cuente con una sección de tiradores de élite --ni sus dirigentes forman parte de ninguna élite--, pero una de las funciones de cualquier policía es prever todos los peligros por inverosímiles que parezcan. En un país normal, la pancarta se habría retirado y ahí habría terminado la historia, pero en el paisito anormal que es la Cataluña actual tuvo que haber un epílogo que, además, todavía no ha terminado de escribirse: a Rafael Ribó, sindic de greuges a perpetuidad --mucho quejarse de que no se renueva el CGPJ, cosa que a mí también me parece mal, pero ni una palabra sobre la urgente sustitución de este vividor seudo comunista-- le dio por detectar un atentado a la libertad de expresión y le está buscando la ruina a alguien, no sé si al dueño del inmueble o a la policía autonómica: una sobreactuación en toda regla, llamada a congraciarse (una vez más) con el régimen que le paga el sueldo y con sus tres últimos señoritos, que esa misma mañana montaban un numerito patético en Perpiñán para escenificar su derecho al pataleo. Mientras Mas, Puigdemont y Torra, los Tres Tenores del Prusés --o el Club Súper 3, como prefieran-- despotricaban de España ante una nutrida audiencia de casi doce personas (la mitad, enviados especiales de TV3 y Catalunya Radio, como si lo viera), Ribó ponía su granito de arena en Barcelona con la chorrada de la pancarta asesina de la libertad de expresión: a falta de francotiradores, el procesismo siempre puede contar con el (supuesto) defensor del pueblo catalán, reciclado por pura conveniencia en defensor de cualquier gobiernillo separatista catalán.
Qué vida tan triste la de Rafael Ribó. De euro comunista burgués cuyos discursos redactaba Vázquez Montalbán a palanganero del nacionalismo de derechas y supremacista. Qué manera tan penosa de concluir una carrera que, de acuerdo, nunca fue gran cosa si la comparamos con la del Guti o la de López Raimundo, pero que siempre se movió por los terrenos de la dignidad. Llegar a viejo de esta manera es lamentable, pero Ribó no parece darse cuenta del bochornoso papel que lleva interpretando desde hace demasiados años y que, si no se pone remedio a la situación, seguirá interpretando hasta el día en que Gramsci lo llame a su lado. Ignoro si su conversión al lazismo es sincera o si obedece exclusivamente a las ganas de chupar del bote, pero, en cualquier caso, este desecho de tienta del PSUC es una ofensa permanente a todos los comunistas de verdad que se jugaron la piel durante el franquismo y una muestra de lo peor que puede producir la burguesía seudo progresista barcelonesa.
¿Le llegaron, tal vez, rumores de que la superioridad estaba a punto de cesarlo y se vio obligado a hacer una machada? No creo. Más bien parece que nuestro hombre le ha cogido gusto al servilismo y se adelanta a los deseos de sus amos. No descartemos que el numerito de la pancarta le granjee un aumento de sueldo.