La disidente total
Aunque el tema me revienta, no he escrito ni una línea sobre las intenciones de la Generalitat de introducir en las escuelas la enseñanza del islam, y creo que ya no lo haré después de haber leído el artículo que publicó al respecto hace unos días en El País Najat el Hachmi (Nador, Marruecos, 1979), escritora en lengua catalana (llegó con su familia a Vic a los ocho años) que aborda la cuestión de una manera que yo nunca seré capaz de adoptar: desde dentro. No conozco personalmente a Najat el Hachmi, pero mi amiga Isabel Coixet asegura que es una tía estupenda y yo me lo creo. Sus columnas en la prensa (reconozco que no he leído sus novelas, aunque una de ellas, L´últim patriarca, ganó el premio Ramon Llull en 2007) son un ejemplo de compromiso social sin postureo, de feminismo cabal y de disidencia ante las tonterías del multiculturalismo. No está por la labor de hacer la vista gorda con ciertas prácticas del islam con la excusa seudo progresista de que no hay que meterse con las costumbres ajenas, en especial aquellas que inciden negativamente en el trato a la mujer. Atea o agnóstica, no lo tengo claro, parece querer tener a sus curas a la misma prudente distancia que a mí me gusta imponer a los míos: si a nuestros políticos les da por felicitar el ramadán a la comunidad islámica mientras pasan de hacer lo propio con los católicos a propósito de la Semana Santa, allá ellos con su peculiar versión del laicismo. Por lo que he leído de Najat, esa mujer tiene la misma versión laica de la sociedad que yo, y mantener la actitud que mantiene requiere un valor suplementario que a mí no me hace ninguna falta en el ambiente de católicos nominales en el que me muevo. Sin renunciar a sus orígenes, Najat el Hachmi quiere ser considerada lo que es: una mujer catalana de cultura árabe perfectamente integrada en Occidente que no quiere saber nada de velos, chadores y burkas, sean estos físicos o mentales. Del artículo de El País se deducía que ya ha tenido que tragar mucha quina de su entorno islámico y que no está dispuesta a tragar más. Creo que parte de su familia ha dejado de dirigirle la palabra y que lo ha aceptado de la manera que aconsejaba Pavese, apretando los dientes y tirando hacia adelante.
Najat el Hachmi no ve clara la maniobra del gobiernillo catalán de introducir el islam en las escuelas porque no sabe --ni ella ni nadie-- en manos de quién va a acabar la enseñanza de lo sagrado. No se fía del Consejo Islámico de Cataluña ni de los conversos. Y no cree que un estado laico deba promover cuestiones religiosas en las escuelas. No puedo estar más de acuerdo: no nos quitamos de encima a nuestros propios curas para tener que soportar ahora a los curas de los demás.
Najat el Hachmi podría haberse apuntado al timo del prusés, pero se lo impidió la misma lucidez que ahora le sirve para plantar cara a los aspectos más discutibles de la fe de sus mayores. De haberlo hecho, saldría con más frecuencia en TV3 y Catalunya Radio y sus libros acabarían compartiendo el hit parade de La Vanguardia con los de Puchi, el beato Junqueras y Pilar Rahola, unas compañías francamente indeseables a las que ha conseguido dar esquinazo, aunque ello repercuta negativamente en su cuenta corriente. Si no picó con el prusés, tampoco lo va a hacer con la tontería multiculti que tanto les gusta a nuestros políticos y demás almas puras de la sociedad catalana. Por eso su artículo de El País tiene mucho más valor y fundamento que cualquiera escrito por su seguro servidor, cuya opinión al respecto coincide tan al cien por cien con la suya que ya no ve la necesidad de echar su cuarto a espadas.