Wait and see, Astut
Artur Mas aún no ha dicho su última palabra. O eso cree él. Por eso conserva su carnet del PDECat y no corre a ponerse a las órdenes del orate de Waterloo, felizmente instalado en su ego trip cesarista y alentado en sus delirios por los sicofantes que merodean por la Casa de la República: el trepador social Toni Comín, el eminente folklorista Puig i Gordi y el ridículo rapero mallorquín que se hace llamar Valtonyc. La actitud de Mas es perfectamente comprensible: nadie que se respete mínimamente está dispuesto a rendir pleitesía a un mindundi rural que le debe la vida y que, además, cada día da más muestras de no estar del todo en sus cabales. Esa actitud queda para personajes como el ganapia Cleries, la caballuna Nogueras o el exfisonomista de club nocturno Buch (aunque de poco le ha servido a éste tal acto de fe, pues me lo han puesto en la calle y, encima, en una época en que las discotecas están chapadas a causa del coronavirus: como no encuentre una plaza de segurata en Bonpreu, no sé qué va a ser de él). A lo largo de los próximos meses, veremos si esa astucia que Mas se adjudica es real o un fruto más de su imaginación calenturienta.
Que pintan bastos en el PDECat es evidente, pero no lo es menos que la aventura en solitario de Puchi está cargada de peligros. De hecho, resulta inverosímil que semejante cantamañanas --ya hemos perdido la cuenta de las veces que ha prometido presentarse en Barcelona a tomar posesión de no se sabe muy bien qué cargo-- siga siendo considerado un líder providencial por un nutrido sector del lazismo, que no parece reparar en su portentosa megalomanía, que crece de manera exponencial con cada día que pasa. Yo creo que el Astut está convencido de que, más temprano que tarde, Puchi se va a dar una nata de las que hacen historia, quedando al descubierto como lo que es, el típico piojo resucitado de alma funcionarial que ha mutado en caudillo providencial movido por las circunstancias y por la evidencia de estar protagonizando una huida hacia delante que, en un momento u otro, concluirá en un penal español para pagar por sus fechorías. El Astut guarda una carta en la manga, un supuesto as cuyo subtexto sería: “Yo os metí en este carajal y yo os sacaré de él”. A diferencia de su sustituto venido arriba, Mas carece de aspiraciones mesiánicas y es un convergente de la vieja escuela cuyo libro de cabecera debe ser el clásico de Dale Carnegie “Cómo ganar amigos e influir en la sociedad”. Acosado permanentemente por el embargo de sus posesiones, disfrutando del respiro ofrecido por el final de su inhabilitación, el hombre se muere por volver, como el personaje de la célebre ranchera. Para conseguirlo, necesita que los planes de Puchi le salgan fatal y se pegue una buena chufa en las próximas elecciones autonómicas. Si eso sucede --lo cual está por ver, ya que el majareta de Waterloo cuenta con una extensa base de fans en la línea ideológica, por llamarla de alguna manera, de los recientes cesantes del PDECat--, no duden que el Astut levantará el dedo para decir que todos tranquilos, que él se hace cargo de la situación y que a ver si dejamos de confiar en iluminados de provincias, que ya somos todos mayorcitos.
En estos momentos, la herencia de Convergencia se la reparten, tirando por lo bajo, unos 400 partidos y partidillos: la unidad independentista es un precepto fundamental que nadie sigue en Lazilandia. Artur Mas se cree capaz de poner orden en este sindiós y devolverle a Convergencia la gloria de tiempos pasados. Yo me temo que llega un poco tarde y que nunca debió alejarse de la hipócrita seudo ortodoxia pujolista del peix al cove, pero de ilusión también se vive, ¿no? Sobre todo, cuando no puedes acercarte por la empresa privada porque aún se acuerda todo el mundo de los desaguisados que causaste con tus ideas de bombero. Cuando tus ideas son todas de ese jaez, la política es tu mundo, no lo dudes, Astut.