El abuelo lo funda, el nieto lo expolia
Bueno, ha costado un poco, pero Félix Millet ha acabado entrando en la cárcel por sus décadas de expolio de la institución que fundó su abuelo, llegando a trincar --a medias con su secuaz Montull, también a la sombra-- la bonita suma de 23 millones de euros (sin contar la boda de su hija, financiada con dinero del Palau, pero teóricamente pagada a escote por ambos consuegros, con lo que Millet aún hizo negocio con el casorio de la niña, ¡un lince!). Los últimos años se los ha pasado en silla de ruedas y tratando, sin éxito, de dar mucha pena. A última hora pidió el indulto, pero no ha colado. Teniendo en cuenta que está hecho un carcamal, es poco probable que pueda pasar entre rejas todos los años que necesita para redimirse, pero la opinión pública está un poco más tranquila con el ladrón a buen recaudo. Estaría bien que devolviera todo lo trincado, pero me temo que esa pasta ya nos la podemos pintar al óleo. Como los más de seis millones de euros que pilló Convergència de los chanchullos del Palau y que ahora, en plena ruina total del partido y con una herencia confusa y difusa, no va a aflojar nadie: el PDECat dirá que la deuda es de Convergència y que Convergència está en concurso de acreedores y a ellos, que los registren, los convergentes reciclados en pedecatos lo negarán y los de la Caja de Resistencia es dudoso que hagan una cuestación para quedar bien con la sociedad, cuando pueden seguir reuniendo dinero para mantener el elevado tren de vida de Puchi en Waterloo: aquí no se va a rascar el bolsillo nadie y los convergentes nos habrán soplado a todos más de seis millones de euros…Más todo lo que se desconoce, que veintitantos años de poder dan para mucho.
También Millet daba para mucho gracias a su jeta de cemento armado. Comprometido con el catalanismo de Pujol, lo estaba también con el nacionalismo español de Aznar, de cuya gloriosa fundación, FAES, formaba parte el patricio barcelonés: ya se sabe que nunca hay que poner todos los huevos en el mismo sitio (de eso siempre ha sabido mucho la burguesía catalana y hasta nuestra banca). Durante el montón de años que Millet estuvo al frente del Palau, nadie lo vigiló en ningún momento. Resulta curioso que una sociedad genéticamente desconfiada como la catalana confiara a ciegas en ese hombre. Bueno, sí, su abuelo había fundado el Palau, ¿a quién se le podía ocurrir que el nieto se dedicara a expoliarlo?
Cuando se descubrió el pastel, los menos sorprendidos fueron sus familiares, que lo conocían desde niño y lo habían visto ejercer de timador desde la más tierna infancia. Recuerdo a un hermano poniéndolo de vuelta y media en TV3, haciéndose cruces de que nadie hubiese sometido al ladrón de la familia a cierto escrutinio. Tal vez porque era un Millet, un miembro de esas 400 familias que, según él, llevan toda la vida cortando el bacalao en Barcelona. Puede que se hubiera salvado si llega a plantarse en el latrocinio, digamos, a los diez millones. Pero el tipo, cada vez más viejo, tenía prisa por trincar y en su caso el robo se confundía con la cleptomanía. Aunque se ha agarrado a la libertad todo lo que ha podido y más, ha terminado en el trullo. No tardará en empezar con unas enfermedades reales o imaginarias que aconsejen su excarcelación, como si lo viera.