Siempre necesita dinero
El Estado Español vuelve a estar a la greña con Carmen Cervera, baronesa Thyssen, por un quítame allá ese cuadro, concretamente un Gauguin, joya de la corona, que Tita pretende dejar fuera del pacto inicial para poder vendérselo si anda un poco tiesa de pasta. Estas noticias cíclicas sobre la colección del Museo Thyssen sirven para recordarnos que esa noble institución madrileña no es un regalo de la baronesa al pueblo español, sino un material artístico con el que trafica para mantener su elevado tren de vida (y el de su hijo Borjita, un gañán de dos metros que no da un palo al agua y considera que, para vivir como Dios, basta con venderse de vez en cuando uno de los cuadros de mamá). De hecho, la colección Thyssen nos cuesta una pasta al año a todos los españoles, aunque la cosa se compensa con el número de visitantes, que suele ser elevado. Pero cada equis tiempo, cada vez que Tita necesita unos monises, se producen fricciones con la administración, pues ella acostumbra a decir Diego pese a haber dicho digo previamente. Dice la baronesa que debe pensar en el futuro de sus hijos (y, aunque no lo diga, también en el presente de ella misma), Borja (más la esposa de éste, a la que desprecia profundamente) y las dos niñas que fabricó in vitro, según se cuenta, con el semen del gañán, lo cual convierte al vago de Borja en hermano y padre de las crías.
Estamos ante la típica actitud de la buscavidas que, tras varios intentos, consigue un marido que la deja arreglada para toda la vida. Lex Barker le dejó un dinerito, pero Espartaco Santoni se lo pulió sin escrúpulo alguno, dejándola a dos velas y con su madre, pieza fundamental para la posterior operación de acoso y derribo de millonarios. Tras las mangancias de Espartaco, casarse con Heini representó la salvación y un futuro asegurado para Borjita. Cierto es que el barón no soportaba a su madre y que la colocó en un cuarto encima del garaje de su mansión, y que su hija, Francesca, consideraba a Tita una cazafortunas que se aprovechaba de un señor mayor no muy bien tratado por sus cónyuges anteriores. Pero Tita se impuso a todo eso y, disfrazándose de gran patriota que se trae para España una pinacoteca impresionante, inició una brillante carrera de mujer de negocios a base de gestionar el patrimonio del barón.
Ciertamente, cualquier cuadro de la colección te arregla la vida para mucho tiempo. Y como Tita no se va a poner a trabajar a su edad (y Borja nunca ha tenido la más mínima intención de hacerlo), pues hay que ir sirviéndose de los cuadros de Heini para seguir pegándose la vida padre. Los roces con el Gobierno español son inevitables, pero casi siempre se resuelven a gusto de la baronesa, muy dada a vender piezas magníficas para seguir viviendo como una reina. Sabe que la colección del difunto Heini es magnífica y que España tragará lo que haga falta para conservarla, pues no en vano es de las más visitadas de Madrid, pero hay algo en la actitud de la señora baronesa que resulta inevitablemente chungo y más propio de cuando no formaba parte de la aristocracia europea.