Rosa Maria Sardà deja, tras fallecer, una sonrisa en los labios a cientos de miles de personas que han seguido su vida y su obra. Ha representado lo mejor en su profesión, un trabajo duro, exigente, y que tiene mil facetas, no solo la que se expresa en los escenarios o en los platós de rodaje.
Pero la actriz catalana, muy unida con sus hermanos, también ha sido querida y admirada por su personalidad, insobornable, por creer siempre en ella misma y en sus principios. Ha logrado la risa y el llanto, y las carcajadas desternillantes, y supo aunar, detrás de ella, a toda una sociedad que pasó en pocos años de las ataduras de una dictadura a una democracia.
Con sus interpretaciones, detrás de Sardà, se ha plasmado la España --y con ella Cataluña-- contemporánea, el país que disfrutaba con sus presentaciones de las galas de los Goya, con una lección: ese distanciamiento cómico, necesario para afrontar la vida, para relacionarse con los otros y con uno mismo.