Los modos del primer teniente de alcalde de Barcelona, Gerardo Pisarello, dejan mucho que desear. Una vez que ya había ganado la batalla de Turisme de Barcelona, no tenía necesidad de machacar a Jordi William Carnes, que había renunciado al cargo. Difundir una auditoría para golpearle de forma equívoca habla de un cainismo que es justamente lo que menos necesita ahora mismo la política catalana, y en especial la de un consistorio gobernado por 11 de sus 41 concejales.