La falta de claridad del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en las últimas semanas dicen mucho de su poca talla política. Tras confundir a propios y extraños el pasado 10-O con la no declaración de independencia suspendida a los pocos segundos, el dirigente nacionalista ha seguido jugando al despiste los días siguientes. Unos vaivenes esperpénticos, como la suspensión de su comparecencia en el Senado tras anunciarse que acudiría a defender su posición.
Actuar de esta forma en una cuestión tan trascendental como un intento de secesión unilateral e ilegal es una irresponsabilidad que, sin duda, le pasará factura. Y, lo que es peor, solo sirve para generar desasosiego y desafección entre políticos y ciudadanos, y para hundir aún más la imagen internacional del independentismo catalán, de Cataluña y de España.