El ministro de Asuntos Exteriores ha actuado como debía al cesar de manera fulminante al cónsul español en Washington, Enrique Sardà Valls. Sus comentarios sobre el acento de Susana Díaz se lo merecían.

Las quejas de Sardà no tienen sentido: lamenta que la destitución se haya hecho por teléfono sin mayores explicaciones. Como si hubiera que informarle de su propio comportamiento.