Otro de los efectos colarerales no deseados de la masificación turística que viven ciudades como Barcelona tiene que ver con los coches, no por los atascos o la contaminación, sino por los aparcamientos.
Cada día es más frecuente encontrar aparcamientos públicos que dicen tener agotadas las plazas para abonados, aunque es mentira. Las empresas dan instrucciones a sus empleados para que rechacen nuevas altas de abonos mensuales, no porque se hayan agotado las plazas disponibles, sino porque han hecho cuentas y calculan que les sale más rentable alquilar por horas o minutos a los visitantes que por meses o años a los vecinos.
No es probable que hayan evaluado los efectos de la prohibición sobre sus empleados, que sin duda deben aumentar la productividad para atender a los guiris, mucho más propensos a perderse, no encontrar la máquina de los tickets o no leer que hay que pagar antes de coger el coche, exactamente igual que en su país de origen.