Que Quim Torra y Pere Aragonès tienen unas relaciones puramente institucionales es un secreto a voces. Su comunicación más allá de la protocolaria, o para apagar continuos fuegos, es prácticamente inexistente. Se ha podido ver en los últimos días. Mientras Torra exigía “reuniones al más alto nivel con Nissan” --no consta respuesta de la multinacional nipona-- el departamento de Aragonès trabajaba codo con codo con el Ministerio de Industria buscando alternativas al “irreversible cierre” de la empresa.
Estas relaciones plasman una foto fija que perdura en el tiempo, la existencia de dos gobiernos en Cataluña que cada cual campa a sus anchas. El miércoles Pere Aragonès cerró un acuerdo con Pedro Sánchez que posibilitaría la abstención de ERC en una nueva prórroga del estado de alarma. Aragonès arrancó algunos acuerdos positivos para Cataluña como la cogestión de los fondos europeos, la posibilidad de gestionar el ingreso mínimo vital en las últimas fases de la desescalada, y volvió a situar a ERC en el grupo de “decisivos” en Madrid.
Aragonès de sus tribulaciones madrileñas no le dijo una palabra a su presidente. De hecho, el acuerdo se filtró a media tarde del sábado, justo en el momento en el que estaba reunida la Permanente de Esquerra que respaldó el acuerdo. Ni siquiera entonces llamó a Torra. Lo hizo justo antes de ser entrevistado por TV3 para explicar los acuerdos, que incluían la Mesa de Diálogo una vez finalizara el estado de alarma, y éste era el último. La conversación fue breve. Aragonès informó a Torra y el presidente catalán se dejó informar. No le recriminó el acuerdo. Torra lo hizo más tarde dejando fuera de la entente al Gobierno catalán. Aragonès en TV3 decía “volvemos a la vía del diálogo”. Pues eso, un problema de comunicación, o mejor dicho, sigue la guerra preelectoral por el liderazgo independentista.