Miquel Buch está sentenciado desde que Carles Puigdemont no vio con buenos ojos las aspiraciones del actual consejero de Interior de liderar el PDeCAT. Recibió el primer toque de atención por el anuncio de que los Mossos iban a usar gas pimienta contra los CDR. Pidió vía el presidente de la Generalitat, Quim Torra, la cabeza del jefe de los antidisturbios de la Brigada Móvil (Brimo), Xavi Pastor, pero la crisis se saldó con el despido de la directora de comunicación, Joana Vallès. Fue sustituida por un hombre de la más estricta confianza del prófugo, Joan María Piqué.
Su nombramiento era tanto como poner a la zorra a vigilar las gallinas. Y sólo fue el principio. La crisis se ha agudizado en las últimas semanas y Buch está “tocado y hundido”, tal y como afirma su entorno más inmediato. Especialmente tras los gritos coreados durante la asamblea de electos de independentistas en que se pedía su dimisión.
Parece ser que Puigdemont ha escogido el día en que se oficializará su salida del Govern. Se especula con que Torra firmará el cese el próximo martes, tras la reunión del Consell Execitiu, en un movimiento que interesa en clave de campaña electoral. JxCat espera que este gesto contente a sus votantes y evite la sangría de votos hacia la CUP y, en menor medida, hacia ERC.
Incluso hay un nombre que suena con fuerza para sustituir a Buch, el del portavoz de JxCat en el Parlament y aspirante al Ejecutivo desde hace años, Eduard Pujol. El que fue director general de RAC1, la cadena radiofónica del Grupo Godó, y que denunció haber sido perseguido y vigilado en Barcelona por un hombre que iba en patinete, es el elegido desde Waterloo para ejercer un control férreo sobre la policía catalana. De nuevo, en clave independentista.