La coordinación en el Gobierno de Pedro Sánchez no es una asignatura en la que el Ejecutivo progrese adecuadamente. Margarita Robles con su suspensión de la venta de armas a Arabia Saudí, Magdalena Valerio con su gol por la escuadra legalizando un sindicato de prostitutas, el secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver, con sus fotos de “entusiasmo presidencial”, y las dudas que surgieron en torno a la defensa del juez Pablo Llarena, son elementos que demuestran que la coordinación debe ser un objetivo a mejorar.
La responsable de esta coordinación es la vicepresidenta Carmen Calvo. Todas las miradas se dirigen hacía ella porque preside la Comisión de Subsecretarios, la sala de máquinas del Gobierno y donde estos temas deberían ser sustanciados para evitar dolores de cabeza innecesarios. La vicepresidenta lo sabe, pero no actúa. De hecho, en la crisis de la tesis hizo dejación de sus responsabilidades y fue Iván Redondo el que cogió las riendas de la negociación en los momentos más oscuros de la crisis, aunque la informó en todo momento.
Para compensar su dudosa gestión coordinadora, la vicepresidenta lanza una chapa de una hora en todas las reuniones de los subsecretarios, en modo mitin político. Los subsecretarios se miran interrogándose unos a otros durante las largas disertaciones.