Antoni Comín, el consejero de Salud de la Generalitat, está de los nervios. Al menos, eso cuentan personas de su equipo que empiezan a estar hartas de los gritos, insultos y malos modos. Ha llegado a tirar objetos de su mesa al suelo cuando alguien ha osado llevarle la contraria.
Su gestión en la consejería deja mucho que desear y cada vez cuenta con menos apoyos. En ERC, el silencio ha sido clamoroso tras la última polémica lanzada por el divino, como empieza a ser conocido: la nacionalización fantasma del Hospital General de Cataluña (HGC).
Solo Gabriel Rufián lanzó un tuit de apoyo. Oriol Junqueras también lo hizo, pero después ha guardado un prudente silencio, más coherente con su propio comportamiento. Como explicó Crónica Global, el presidente de ERC y su familia son clientes privados del HGC a través de una mutua.
Cabreo en CDC
En Convergència, el cabreo es monumental. La responsable de sanidad, Monserrat Candini, y la alcaldesa de Sant Cugat, Mercè Conesa, lideran la revuelta. Por si fuera poco, los alcaldes de Cerdanyola --Comunes-- y Rubí PSC-- también se han sublevado, junto con el consejo comarcal. Los sindicatos recelan de tanta promesa y califican de “OPA hostil” la falsa oferta de Comín. Los médicos en bloque se han enfrentado y el presidente del Colegio de Médicos le ha puesto las peras a cuarto en La Vanguardia.
Comín sí ha podido ver en El Periódico de Catalunya a algunos responsables de hospitales catalanes --todos a sueldo de la consejería-- haciendo un gran papel de palmeros. Sin embargo, el doctor Miquel Vilardell, expresidente del consejo asesor de Artur Mas y autor del célebre Informe Vilardell sobre racionalización del sistema sanitario público, le ha criticado por hacer las cosas sin pensar.
En este escenario, se entienden los nervios de Comín. Muchos se preguntan cuánto tardará Carles Puigdemont en proponerle a Junqueras su cese. Visto lo visto, Puigdemont lo tiene fácil. Nadie parece que llorará su marcha.