La moda, así en general, es algo de lo que huyen los grupos antisistema. Consideran que se trata de una imposición más de la democracia consumista y optan por sus propios códigos estéticos fácilmente reconocibles. Son los que se han mantenido más inalterables desde finales de los años 80, mientras que en la última década los límites infranqueables que definían la estética de las tribus urbanas se hicieron permeables hasta el extremo de que el punk llegara a ser en 2013 el leitmotiv de Met Gala de Nueva York, el evento que da el disparo de salida de la temporada de la moda y del dejarse ver.
Parece ser que a la diputada de la CUP Eulàlia Reguant no le importa demasiado la liturgia que se ha construido alrededor de la moda, incluso en su formación política, para abrazar una de las tendencias de la temporada estival: los monos tejanos.
El peto fue ideado en el siglo XIX por una comunidad de mineros que buscaba una alternativa a los pantalones que se rompían constantemente en el tajo de los pozos. Poco a poco se extendió entre sus compañeros para ser posteriormente adoptado como bandera de la clase obrera. En la contienda civil española, el mono y en gorro cuatelero eran el uniforme de las milicianas y los milicianos.
El cariz labor se superó en los años 70, cuando el movimiento hippie lo llenó de estampados y lo convirtió en otro de sus símbolos estéticos. A partir aquí, la democratización ha sido imparable. Se ha convertido en un must al que se han rendido actrices, modelos, instagramers de medio planeta y Reguant.
La diputada de la CUP no duda en recurrir en las últimas semanas a la prenda fetiche de la temporada ni en el Parlament, ni en sus intervenciones ante los medios ni siquiera en el tiempo de ocio, en el que la agenda reivindicativa siempre está presente.