En Chamartín hace días que hiede a podrido. Como a carne descompuesta. La de un cadáver pendiente de enterrar. Los roedores campan a sus anchas entre la podredumbre, a la espera de sacar tajada, de que le llegue la hora. En el horizonte hay una pica que aguarda para ser ensartada. Todos saben cuál será la víctima. Es el turno de Lopetegui.
La crisis del Real Madrid necesita una cabeza de turco. Siempre ocurre así. Alguien debe cargar con todas las culpas para que el barco vuelva a salir a flote. Y en el mundo del fútbol este papel suele tocarle al entrenador. Todo el mundo lo sabe. Lopetegui lo sabe. Otra cosa es que el técnico vasco prefiera mirar para otro lado. O que, en una fuga a la desesperada, trate de cargarle el muerto a otro.
Un foto de archivo de Julen Lopetegui en el banquillo del Bernabéu / EFE
Pero lo que está claro es que el Madrid huele a muerto. El equipo merengue necesita hacer una limpieza a fondo para recuperar la blancura. Cuatro partidos consecutivos sin ganar y sin marcar, la segunda peor sequía goleadora del club, requieren soluciones drásticas. No valen declaraciones de buenas intenciones. Ya no hay tiempo para ellas. La grada clama acciones. Hechos. Una medida de urgencia que desinfecte los últimos pedazos salvables del Bernabéu.
Comparaciones odiosas
La afición se pregunta qué ocurre con los jugadores. La misma plantilla gloriosa que conquistó Europa hasta en tres ocasiones seguidas languidece hoy. Huérfana de su líder. Cristiano Ronaldo ya no está. Quienes debían ocupar su lugar se esconden. Pero siguen siendo el mismo grupo. O eso se supone. Lo cierto es que los jugadores están desesperados. No soportan el nuevo régimen de entrenamientos impuesto por Lopetegui. No toleran su rigidez y su exigencia. No le quieren.
Cristiano Ronaldo y Zinedine Zidane tras ganar la Champions League con el Real Madrid / EFE
El problema de la plantilla no se debe solo a la ausencia de Ronaldo, su líder indiscutible estos últimos años. A quien más echan en falta los jugadores es a quien llevaba el timón: Zinedine Zidane. Las comparaciones son odiosas. Con el francés a los mandos los entrenamientos eran distendidos y alegres. Un jolgorio diario al que además acompañaban los buenos resultados.
Desde que Lopetegui se sienta en el banquillo del Santiago Bernabéu sucede todo lo contrario. Caras largas en Valdebebas. Silencio sepulcral, solo interrumpido por los graznidos de las aves y los gritos del míster. La tensión se masca en cada entrenamiento. Las miradas cómplices. Los movimientos subrepticios. En el vestuario hay quienes afilan los cuchillos. Los rebeldes se conocen. Saben en quién se puede confiar para culminar la insurrección. Ellos lo saben. Lo tienen todo preparado.
Los cabecillas de la rebelión
Marcelo recuerda aquel cambio en el minuto 60 en Girona. Sigue sin entender los desplantes del míster. Lucas Vázquez no olvida los buenos momentos vividos la temporada pasada. No comprende por qué ahora no le dan oportunidades. Modric y Kroos distan mucho de ofrecer su mejor versión sobre el campo. Una mente suspicaz pensaría que lo hacen adrede. Benzema sabe que Lopetegui intriga contra él. Pero el francés se entiende mejor con la plantilla.
Lucas Vázquez y Sergio Ramos durante un entrenamiento del Real Madrid / EFE
El único que todavía sale en defensa del míster es Sergio Ramos. El capitán es todo corazón. Por eso peca de ingenuo. Quizá crea que la situación aún es recuperable. Que el barco puede salir a flote con todo el mundo a bordo. Que no es necesario lanzar a nadie a los tiburones. Pero los instigadores de la rebelión ya han urdido su plan. No hay marcha atrás. Es una cuestión de tiempo. La sed del vestuario tan solo se saciará con sangre.