Máxima tensión en Son Moix. Lo avisaban los ultras antes del encuentro, con bengalas y actitud beliciosa en los aledaños del estadio. Eran pocos, pero dispuestos a guiar a sus jugadores a la victoria desde la modesta grada supletoria de un estadio en plena fase de obras. Pese a estar inoperativa la grada opuesta al gol de animación, el feudo mallorquín presentaba un lleno completo y muchas ganas de tumbar al Barça.
El arranque de los de Javier Aguirre fue en consonancia al citado ambiente, capaces de poner en apuros a los pupilos de Xavi Hernández, que sorprendió con la presencia en el once de Gerard Piqué, Christensen, Jordi Alba y Balde por la derecha, dejando en el banquillo a jugadores a priori más frescos como Marcos Alonso y Éric García. Sufrían los azulgranas con algún contragolpe letal del Mallorca, y con un claro aunque algo tedioso dominio casi permanente del balón.
Lewandowski silencia Son Moix
Solamente había uno sobre el campo capaz de romper esa monotonía, el más capacitado para marcar las diferencias; el mejor de todos ellos: Robert Lewandowski. Acudió, como ya es costumbre, el ariete polaco al rescate de un Barça algo desubicado; y lo hizo con ayuda de Ansu Fati, otra de las novedades en el once titular y autor de un buen pase que sirvió al killer de Varsovia para inventarse un auténtico golazo (20'). Movimiento majestuso del matador con gran control, recorte y lanzamiento duro y ajustado. Demoledor.
A partir de ese momento se vivieron dos tramos de partido distintos. Uno en que el Barça se vino arriba y dominó más el juego, pareciendo que el Mallorca había quedado sedado por la inyección polaca; y otra fase, la final, donde los de Aguirre volvieron a despertar y aumentaron el acoso a la portería de Ter Stegen. No cayó el gol del empate de milagro, pero el Barça se llevó un carro de amarillas peligrosas: Christensen, Piqué y Kessié, en este orden, quedaron apercibidos.
Ansu y Alba, al rescate de Gavi
La tensión llegó tras la amarilla a Piqué, silbado por Son Moix a cada balón que tocaba. El central catalán se quejó ostensiblemente al colegiado, Gil Manzano, pero no sirvió de nada. Bueno, sí, sirvió para caldear los ánimos.
Dos jugadores del Mallorca, Maffeo y Antonio Sánchez, la tomaron con Gavi, se encararon con él y casi llegan a las manos. Ansu Fati, su joven hermanito mayor, acudió a defenderlo bravamente, pero no parecía suficiente. Así que, como no podía ser de otra forma, apareció de la nada un jugador mucho más bregado en estas lindes, Jordi Alba, que ayudó a prender la mecha. Tanto fue así que, ante las continuas quejas del banquillo de Xavi Hernández, el árbitro decretó la expulsión de su segundo, su hermano Óscar.
Una roja y triplete de amarillas
Las tensiones siguieron hasta que terminó el primer tiempo, con la ya mentada amarilla a Kessié y una polémica acción en el área culé donde Busquets cayó tendido al suelo reclamando un manotazo en la cara. El árbitro no lo vio y, en cuanto pudo, se apresuró a poner freno mandando a ambos equipos al vestuario. Incendio apagado, pero con el Barça como principal perjudicado.