El equipo que representa al FC Barcelona está en coma desde hace meses. La desidia que transmiten jugadores y cuerpo técnico, tan hastiados de las críticas que parecen inmunizados por el efecto de la costumbre, revela un diagnóstico preocupante: no han superado la debacle de Anfield.
El Barça sigue noqueado desde que sufrió aquel injustificable chorreo del Liverpool y, en las distintas funciones que ha venido representando este año, transmite de todo menos la ambición necesaria para volver a ganar la Champions. Messi insiste en que la quiere. Seguramente, con locura. Pero también anheló con todas sus fuerzas conquistar el Mundial y no fue posible. Aún tiene opciones para ambas, pero da la sensación que el querer ya no es suficiente.
El Barça de Leo, rey indiscutible de Europa en la última década independientemente de los éxitos afortunados del Real Madrid en la Champions, ofrece síntomas serios de rendición. De abatimiento. El equipo, y sus vacas sagradas, empiezan a morir de viejos.
La gran batalla de Bartomeu y su directiva pasa por procurar que sea una muerte lenta, pero indolora. Con buenas dosis de morfina –llámenle resultados, goleadas puntuales– y transfusiones de sangre en forma de nuevos fichajes que revitalizan a un paciente que se mantiene vivo porque las constantes vitales todavía se mueven. Pero la realidad es que sigue en coma.
Valverde ya no se enfada
Valverde, que hacía amagos de sacar las uñas el curso pasado cuando los periodistas le atizaban, ahora ya no se enfada. Acude a cada rueda de prensa resignado. Sabedor de que le preguntarán mucho más por el juego del equipo que por el rendimiento individual de los jugadores.
El técnico tiene encomendada la misión de saber gestionar esos fuertes egos que conviven en el vestuario. Tiene el deber de buscar recursos tácticos para enfrentar a sus rivales de la manera más solvente. Pero también tiene la obligación de mantener a todos motivados.
Una ardua tarea cuando el principal problema podría radicar en la motivación de sí mismo. Los ciclos ganadores en el deporte, como en el amor, no suelen durar de manera continuada más de tres años, aunque los más hábiles sean capaces de recuperar la dinámica positiva tras superar el bache. Guardiola aguantó cuatro años (con tres Ligas), Luis Enrique estuvo tres (dos Ligas). Habrá que ver hasta donde llega Valverde, líder de la tercera Liga a la que aspira, pese a todo.
Y vuelta a empezar
Este Barça lleva demasiado tiempo mostrando una fortaleza mental al alcance de muy pocos grupos humanos, del todo excepcional en el mundo del deporte. Lo que han logrado está escrito en letras de oro y quedará para los anales de la historia. Pero de aquello que vimos ya queda cada vez menos.
Lo mejor de todo es que es normal. Del todo entendible. Con Valverde, el Barça aceptó el reto de seguir creciendo superando todo tipo de adversidades. La primera, la marcha de Neymar. Con Paulinho, el equipo aprendió a jugar haciéndose fuerte en la defensa. Y rozaron la gloria.
Una foto de los jugadores del Barça tras la derrota en Anfield ante el Liverpool / EFE
Una mala noche en Roma truncó buena parte de aquel sueño húmedo que suponía aspirar a un tercer triplete, el objetivo final para poder consolidarse sin duda como el mejor equipo de fútbol de todos los tiempos –que lo son igualmente, pero con eso habrían podido callar incluso las bocazas de los más escépticos y cavernarios–. Sin embargo, se levantaron.
El reto más difícil
La segunda temporada de Valverde, aún con muchos partidos de juego reprochable, presentó a un equipo competitivo a más no poder. Luchadores incansables, Messi y compañía se volvieron a mostrar intratables en muchos partidos haciéndose cada vez más fuertes en las áreas. Con un Ter Stegen imperial en la portería y el de siempre destrozando rivales y registros.
Tras un año formidable, el destino se volvió a cebar con ellos durante la noche fatídica de Anfield. Habían peleado muchísimo, habían aguantado incontables palos y habían superado innumerables obstáculos. Demasiados para, un año después, volver a sufrir el mismo y severo castigo. Mucho más doloroso. Es lo más normal del mundo que su moral quedase por los suelos.
Son profesionales y deben levantarse, pero los síntomas que se respiran este año gritan a voces la palabra decadencia. No han superado el trauma. Sobreponerse juntos será el reto más difícil de sus carreras.