Los entrenadores de fútbol suelen quejarse de la prensa por ser demasiado resultadista. Ocurre, normalmente, cuando los medios critican al equipo que pierde, aunque no haya jugado mal. Pero también pasa a la inversa: los buenos resultados a menudo silencian críticas que no deberían pasarse por alto.
Ernesto Valverde ha sufrido estas sensaciones en sus propias carnes desde que llegó al Camp Nou. Le han criticado especialmente en la derrota, porque el resultadismo está instaurado en el análisis deportivo, pero también han alabado al equipo cuando ha logrado victorias sin brillo.
Sin embargo, entrenar al FC Barcelona implica estar siempre sometido a un exhaustivo escáner que analiza a fondo el juego del equipo. El estilo. Una cuestión que genera un fuerte y necesario debate que no es incompatible con el "respeto y apoyo" que Bartomeu pidió en la asamblea de socios compromisarios.
El problema no es solo físico
Valverde conoce el estilo de juego del Barça. De hecho, lo mamó directamente de su principal impulsor histórico, Johan Cruyff, y ha tratado de adaptarse a él desde que llegó. Sin embargo, tres años después de su contratación a nadie escapa que la propuesta del Txingurri es un tanto distinta. A veces da que pensar: ¿Que diría El Flaco si bajase del cielo y lo viese?
Si bien el técnico extremeño comparte principios como el de hacer una presión muy alta para robar balón cuanto antes y cerca del área contraria, aspecto éste que encaja perfectamente con el cuadro de estilo culé, también ha demostrado tener una filosofía en ocasiones demasiado conservadora, que lleva a limitar el potencial del centro del campo y la zona de creación.
Cruyff y Valverde coincidieron en el banquillo del Barça / ARCHIVO
En lo que va de curso, no hay ni un solo partido en que el Barça haya jugado de maravilla los 90 minutos. Ningún encuentro se ha dominado por completo, pese a concretos vendavales de goles. Dicen que el equipo aún está en fase de rodaje, mermado por las lesiones y por una defectuosa pretemporada. Pero no se puede reducir el problema a una mera cuestión física.
La evolución del modelo
El Barça de Guardiola, aunque la comparativa sea injusta a la par que odiosa, vivía del centro del campo. Todo pasaba por la elaboración: sin prisa, pero sin pausa. Con Luis Enrique, el equipo evolucionó a un sistema de juego más directo, más vertical, y la llegada de Rakitic al centro del campo para sentar a Xavi en el banquillo simbolizó más que cualquier otra cosa la evolución del modelo.
Valverde parece haber ido un paso más allá en esa transformación del Barça: de ser un equipo en que todo pasaba por la medular, se ha convertido en una escuadra que vive en las áreas.
El peligroso intercambio de golpes
Las paradas de Ter Stegen salvan a menudo a un colectivo que ya no defiende como antes con el balón en los pies y que somete a sus adversarios con su ferocidad en la meta rival. Luis Suárez es, en lo que va de curso, el jugador que mejor encarna ese rol depredador. Pero da la sensación de que el uruguayo solo juega bien cuando marca. Del gol depende que reciba pitos o vítores.
Una foto de Luis Suárez celebrando su tanto al Sevilla / EFE
Hemos llegado a un punto en que Valverde juega con fuego, entregado por completo como está a la efectividad de sus jugadores. El fútbol que propone pasa por cubrirse las espaldas y esperar un destello de calidad de alguno de sus muchos genios. Surge ahí el riesgo de quemarse, porque la dependencia del talento individual se acaba imponiendo a la importancia del colectivo.
El riesgo de otro Anfield
El Barça-Sevilla de este domingo fue un ejemplo claro de esta situación. El abultado resultado silencia las críticas y permite respirar tranquilo a un Valverde cuestionado, pero la realidad es que el equipo sigue siendo tremendamente vulnerable. Esa no es la vía para evitar otro Anfield.
El Barça no debe encomendarse a un estilo que asume el intercambio de golpes como su hábitat natural cuando nunca lo fue. Si bien tiene la capacidad de salir victorioso en la mayoría de esos combates, siempre acaba apareciendo un rival con capacidad para dejarte tendido en la lona.