Antoine Griezmann se arrepintió meses después de decir no al Barça el pasado verano. Una decisión, con documental incluido, que le costó la condena de la afición azulgrana y parte de la directiva. Todos se sintieron traicionados por los caprichos de un jugador que ahora parece ser la solución para un equipo sin recursos ni alternativas en ataque.
Su visita al Camp Nou fue clara: la afición no le quiere, pese a que meses antes ya se había ofrecido por segunda vez al club. Sin embargo, el batacazo de la Champions ante el Liverpool ha hecho olvidar a muchos el feo gesto del francés cuando todo estaba apalabrado.
La junta directiva tiene distintos dilemas y problemas que resolver. Mientras que el vestuario estaba encantado con su incorporación el pasado verano, su negativa le podría costar un veto que será difícil de cambiar. Incluso Messi se llegó a postular por su fichaje para caminar juntos hacia la orejona y ese es un gesto que no gusta entre las 'vacas sagradas' culés que ahora miran con recelo los movimientos de la junta.
La jugada perfecta
Pero mientras la dirección deportiva y Valverde estudian su incorporación a efectos deportivos --posición, proyección, rendimiento y adaptación-- la junta estudia cómo abordar un fichaje que se acerca y se aleja constantemente.
Acabe o no de azulgrana, su contratación es una prioridad para la ofensiva azulgrana tras el desencanto con Philippe Coutinho, condenado a salir este verano, y la necesidad de rejuvenecer una línea en la que solo mantiene su nivel Leo Messi. Suárez tiene 32 años y un físico muy desgastado, Dembelé es anárquico por naturaleza y con poca continuidad en el verde dadas sus lesiones y Griezmann se ajusta a las necesidades del equipo. Con su futuro en el aire, del que no desvelará palabra hasta que el 1 de julio se rebaje su cláusula de rescisión de 200 a 120 millones de euros, se desprende una jugada económica que parecen obviar en la junta.
El Barça, el principal afectado
Griezmann dijo que no alegando un compromiso y un sentimiento rojiblanco por el que quería intentar, una temporada más, triunfar en el nuevo estadio rojiblanco, el Wanda Metropolitano. La afición madrileña le aplaudió el gesto, siendo Godín y el Cholo Simeone actores principales para convencerle.
Ahora, con sus principales aliados lejos de la capital madrileña --se van casi todos-- la estrategia sale a la luz. Griezmann costaba 100 millones de euros el verano pasado. Un gran jugador, cuyo valor de mercado era más elevado. Accedió a quedarse, pero no a seguir gratuitamente. Puso contra las cuerdas la economía de Enrique Cerezo a quien exigió una mejora en la ficha por seguir liderando la ofensiva colchonera.
Antoine Griezmann en un partido con el Atlético de Madrid / EFE
Deseo cumplido: 23 millones de euros anuales y un aumento de la cláusula a 200 millones reducibles en julio a 120 millones. Las cuentas cuadran y todo apunta a que Griezmann sabía que su decisión no era definitiva, sino una última oportunidad. De naufragar en el Wanda cambiaría de aires y ni el Atlético de Madrid ni él saldrían perdiendo.
La jugada real
Su precio ha aumentado 20 millones de euros, casi los mismos que le ha abonado Cerezo esta temporada por su juego y que recuperará de forma inmediata una vez se concrete el comprador. El francés consiguió aumentar su ficha de forma considerable pero ello no suponer ningún gasto para el Atlético.
Su compra, si finalmente acaba en el Camp Nou, será un nuevo traspiés para el Barça. Al menos en materia de negociaciones. Un delantero con un año más, ahora ya tiene 28 años, por 20 'kilos' añadidos a su precio inicial y con una ficha de 17 millones de euros. Griezmann no pierde dinero fichando por el Barça porque ya lo ha ganado en el Wanda. Y su ficha actual obliga a la entidad catalana a incrementar sensiblemente la propuesta salarial que le hizo hace un año. El Barça pierde; Griezmann y el Atlético ganan.