Era una final para el Barça. No la mereció y un tropiezo inesperado y desastroso en semifinales privó al barcelonismo, y a más de 500 millones de espectadores, de poder disfrutar de una verdadera final de la Champions League. El Liverpool ganó (2-0). Tuvo suficiente con un gol de Salah de penalti en el minuto uno de partido para conquistar su sexto trofeo en la historia del club, pero el partido fue más propio y cercano a uno de fase de grupos que a un duelo definitivo por proclamarse campeón de Europa.
Aburrido, sin ritmo, sin fútbol y marcado desde el primer instante cuando Skomina, el árbitro del encuentro, consideró que Sissoko tocó con la mano un centro sin peligro de Mané. Primera decisión discutible en la que el VAR no quiso rectificar pese a las dudas que generaban las distintas tomas. Una final que si el Barça hubiera querido nunca hubiera existido.
La fase de grupos permitió a los spurs clasificarse para octavos. Los azulgranas ya habían certificado su primera posición en la liguilla europea y el empate en el Camp Nou les regaló el pase. El Liverpool por su parte, puso más fútbol en Anfield para remontar la eliminatoria y estar este sábado en el Wanda Metropolitano. Una victoria que permite ampliar el palmarés europeo del club red y superar así también al FC Barcelona con quien estaba empatado a cinco.
¡Qué aburrimiento!
La Premier League compite con la Liga --o al menos con el Barça-- por ser la mejor competición del mundo. Tenía la oportunidad de demostrarlo en esta final con dos representantes ingleses y no resolvió las dudas, sino que generó infinidad. El partido empezó marcado por el penalti señalado a favor de los reds --muy cuestionable-- que puso al conjunto de Klopp con ventaja, pero sin ideas.
Todo el despliegue físico y futbolístico que existió en la semifinal --la que era la final anticipada-- se acabó. Los de Liverpool se vaciaron ante el Barça y se quedaro sin ideas para jugar contra el Tottenham, hundido tras el gol en contra. Una primera parte sin tan solo una jugada trenzada que pudiera divertir a los aficionados desplazados a Madrid y el planeta fútbol.
Una foto de mo Salah durante la final de la Champions League / EFE
Dos equipos con muchas dudas y mucho miedo dado lo que estaba en juego, pero que no son merecedores de ser campeón y subcampeón de Europa visto lo visto en el verde. Un partido horroroso ante los ojos del mundo entero.
Ganó por sus derrotas
No fue el partido más brillante, pero hace justicia a dos temporadas llenas de buenas sensaciones bajo el mandato de Klopp. El Liverpool mereció la temporada pasada la orejona y esta, con menos fútbol, la consiguió. Cosas de este deporte, inexplicables. La primera parte fue para dormirse, pero Pochettino no quiso venirse abajo.
Cambió el guión y el Tottenham mereció empatar. Probó fortuna desde la media distancia pero Alisson volvió a erigirse como el salvador del Liverpool donde no llegó Van Dijk que, una noche más, estuvo espléndido. Esa quizás fue la mejor noticia de la noche. Demostró ser un central de época y también lo ratificó la UEFA quien le nombró el mejor jugador de la final. Un premio merecido para el zaguero, pero que dice más de la final que del jugador.
El Tottenham tendrá que esperar. Plantó cara pero tarde. Abusó del balón aéreo y largo sin Llorente en el verde y no pudo con el muro de Alisson. Klopp por fin sonríe desde que llegó a Liverpool. Gana la final que menos mereció en fútbol tras un campeonato envidiable. Desde que ganara el doblete con Borussia Dortmund en 2012, el alemán había perdido seis finales: una Champions y dos Copas de Alemania con el Dortmund. Con el Liverpool, una Copa de la Liga, una Liga Europa y la Champions del año pasado contra el Real Madrid.
Una foto de Jürgen Klopp durante la final de la Champions League / EFE
Una final que quita al Real Madrid el título de vigente campeón, en la que todas las estrellas que estaban llamadas a marcar la diferencia desaparecieron. Ni Salah, ni Mané, ni Firmino, ni tampoco Kane, Son o Eriksen. Todos desaparecidos y la orejona en Liverpool.