Sin triplete y sin doblete. El Valencia consiguió lo que hace dos semanas se antojaba imposible y que tras la debacle de Anfield cobró fuerza: destronar al rey de Copas. El Barça perdió ante el conjunto de Marcelino (1-2) la final de la Copa del Rey en un partido que dominó, pero en el que los murciélagos tuvo mayor efectividad de cara a portería.
La velocidad y la pegada ofensiva de los ché condenó al Barça en la primera parte y tan solo un solitario gol de Leo Messi, que siempre está y siempre lo intenta, maquilló el resultado final. Una derrota para cerrar una temporada que se las prometía y acaba con mal sabor de boca, sustentado tan solo en la consecución de la Liga. Un fracaso inesperado que acaba con la hegemonía azulgrana en esta competición y deja de nuevo a muchos señalados. La final se empezó a competir con el 0-2. Algo impropio de un equipo que aspira a todo.
Guión claro
Los azulgranas empezaron bien. Con la experiencia y el bagaje que da ser finalista en tantísimas ocasiones y conocedores de la importancia de los primeros minutos en partidos de este calibre. En el verde se vio el planteamiento claro. Un Barça volcado en ataque y dispuesto a llevar la iniciativa ante un Valencia replegado con un 4-4-2 milimétrico que no dejó filtrar balones interiores y que aguardaba su oportunidad a la contra.
Mucha posesión horizontal, pero poca velocidad en el juego. El Barça atosigaba sin peligro y Jaume veía bajo palos el balón circular sin acercarse ni desde la media distancia. El Valencia supo esperar. Advirtió en una transición rápida que Lenglet no supo resolver por mantener el esférico en juego y que casi supone el primer tanto del conjunto de Marcelino. Rodrigo eligió mal, definió a portería, pero allí apareció Piqué como un ángel de la guarda para negarle el gol al delantero en el minuto seis.
Una foto de Gerard Piqué salvando la primera ocasión clara del Valencia en la final de la Copa del Rey /EFE
Vuelta al mismo guión, pero con el Barça advertido. Posesión y juego, pero muy tímido. Y si no pudo ser a la primera, fue a la segunda. Sin apenas presencia en campo contrario, Gameiro no perdonó. Pelotazo largo que encontró a Gayá que cedió al delantero para fusilar, tras recortar a sobre Jordi Alba, a Cillessen que tan solo pudo ver pasar el obús por su izquierda.
El drama
Duro golpe para un equipo que había dominado, pero que apenas tuvo ocasiones claras. Solo Messi propuso algo de juego ofensivo, pero ni Coutinho, ni Rakitic ofrecieron alternativas en la media distancia, una de sus especialidades. Y con el Barça recomponiéndose, el Valencia volvió a golpear. Nueva contra, esta vez por la banda derecha, que encontró la cabeza de Rodrigo solo en la línea de gol a la media hora de partido.
Una foto de Rodrigo celebrando su gol en la final de la Copa del Rey /EFE
El segundo tanto revivió los fantasmas de Anfield. Cabizbajos y sin explicaciones reales para un resultado desfavorable visto el poco juego propuesto por el Valencia. La apuesta de Marcelino surtió efecto. Se resguardó en su campo y buscó la velocidad arriba y le dio resultado. El capitán se enchufó pero no encontró esa clarividencia que siempre le caracteriza.
Por orgullo
Con el marcador en contra y sin apenas haber puesto a prueba a Jaume se dio paso a los 45 minutos de orgullo y carácter. Media parte para cambiar el rumbo del partido y frustrar una Copa que, visto lo visto en la primera parte, acariciaba el Valencia. Messi se puso manos a la obra y Valverde ejecutó. No quiso perder tiempo. Aprendió de Roma, de Anfield y respondió a lo que se exige de un técnico. Cambiar lo que no funciona. Dio entrada a Arturo Vidal y Malcom por Arthur y Semedo y el equipo cambió.
A contrarreloj el Barça puso dos marchas más al encuentro. Se desprotegió atrás, pero supo encontrar el área rival. Movilidad constante, combinaciones rápidas y muchas ganas. Messi tuvo el gol en sus botas que le frustró el travesaño tras una jugada mágica. Y cuando el capitán quiere, el equipo debe responder.
El Valencia no se encogió, pero empezó a sufrir y el peor escenario se presentó ante Marcelino. Parejo se lesionó tras lanzar una falta. El capitán tuvo que decir adiós a la final en el minuto 63, entre lágrimas, con el partido sin sentenciar. Una baja muy sensible que tuvo efecto, casualidad o no, inmediato.
El despertar
Y con el Barça creyendo en remontar el encuentro apareció Messi. El remate de Lenglet en un córner encontró el palo y el argentino, siempre el más listo de la clase, empujó el balón al fondo de la red para poner el 1-2 a falta de 15 minutos para el final. Una bocanada de oxígeno que revolucionó el partido. Al Valencia le entró el miedo y al Barça lo acercó más a la portería de Jaume.
Una foto de Leo Messi durante la final de la Copa del Rey / EFE
Temblaba el Valencia conocedor de lo que había ocurrido en Liga esta temporada y se encerró. El Barça se volcó en ataque. Piqué se transformó en Suárez --ausencia que se notó-- y todos fueron a una, pero sin premio. Remates desviados, tímidos y sin acierto mientras el reloj corría en contra.
Ya a la desesperada, Cillessen subió en el añadido, pero ni con 11 en el área rival. No era el día. El Valencia tampoco supo sentenciar. Tuvo dos ocasiones claras para matar el partido --Guedes solo ante Cillessen y de nuevo el portugués sin portero desde la media distancia-- pero no supo. Dos errores claros que, para su fortuna, el Valencia no tuvo que lamentar en la prórroga cuando el gol azulgrana se mascaba.
El Barça dice adiós a la peor temporada en una década. En juego y en resultados. Sin Champions, sin Copa y con una revolución de obligado cumplimiento para este verano. Messi es el eje del equipo, el capitán y el líder, pero hay que rodearle cómo se merece y cómo necesita. Nuevas caras, nuevas ambiciones y el viejo estilo. Hubo reacción y se compitió, pero una vez más, fue demasiado tarde.