Barça y Liverpool firmaron el primer choque de ida de las semifinales de la Champions League con una rotunda victoria de los azulgranas (3-0) que no refleja realmente lo que sucedió en el verde, pero que da una notable ventaja al conjunto catalán para la vuelta del próximo martes en Anfield. Fue el duelo de la posesión contra la verticalidad, el control contra la imprudencia, pero dentro del duelo colectivo también había otro duelo particular.
El de los dos líderes de ambos equipos: Leo Messi y Mo Salah. Los dos delanteros fueron un auténtica pesadilla para ambas defensas, pero mientras Messi intentaba dar con la tecla y buscaba los espacios para generar ocasiones ante un Liverpool decidido a llevarse un resultado positivo del Camp Nou, Salah dejó grandes detalles técnicos de calidad pero sin fortuna.
El egipcio fue un dolor de muelas para Jordi Alba, pero sobre todo para Lenglet, quien acudió a la ayuda junto al lateral de L'Hospitalet y a quien, más mermado en velocidad, Salah dejó retratado en varias ocasiones. De hecho, en una de sus internadas por la banda derecha, el francés fue amonestado con tarjeta amarilla tras un clarísimo agarrón.
Salah volvió a ser ese jugador decisivo, con talento y descaro que enamoró a Anfield la temporada pasada y que esta, algo más irregular, no ha mostrado. El Camp Nou presenció en primera persona como el 11 red volvía loca a una defensa que, sobre todo en los primeros compases de partido, no se mostró tan segura como es habitual. Velocidad y regate. Una combinación explosiva que acechó la portería de Ter Stegen constantemente.
La diferencia
Mientras Salah se erigía como el mejor del encuentro, aunque sin encontrar el gol, Messi decidió acaparar portadas con dos tantos que podrían valer una final. De eso se trata el fútbol, de marcar goles y no encajar y Messi marcó la diferencia. Pero más allá de los tantos, el duelo físico y la imaginación, el argentino tampoco se quedó atrás. Levantó la ovación y la sorpresa del Camp Nou en distintas ocasiones con fintas, regates y una conducción única que atrae defensas como imanes y que dio a sus compañeros una ventaja importante que ninguno supo aprovechar.
Los dos delanteros zurdos, que incluso han sido comparados en distintas ocasiones y que actualmente ostentan el quinto y sexto puesto en la clasificación del Balón de Oro --según los sorprendentes resultados del año pasado-- fueron protagonistas, pero Messi pasó por encima del egipcio en dos facetas de vital importancia en el juego: la toma de decisión y la ejecución.
Una foto de Mo Salah lamentando una ocasión / EFE
El argentino eligió bien en todas las acciones del juego. Esperó para asistir, imprimió ritmo, condujo y finalizó en cada jugada tal y como lo requería el partido, mientras que Salah destacó por sí solo, pero no hizo mejor a su equipo. Tan solo la asistencia a Milner --que erró el inglés-- pudo haber premiado una carrera y un control de jugador de clase mundial.
El gol
Y si la toma de decisión es importante, tampoco estuvo acertado de cara a portería. Lo intentó con ahinco, pero se topó con un Ter Stegen descomunal que le privó dos goles y con la madera, en un tanto que hubiera metido al Liverpool de nuevo en la eliminatoria a escasos minutos del final del partido.
Esa incidencia final y definitiva en el juego es la que separó y separa a Salah de Messi. La que separa a los futbolistas de élite del dios del fútbol.