Volvió a brillar, por fin. Cuando más se le necesitaba, Coutinho se despojó de sus dudas y su tristeza y brilló con luz propia. Deslumbró a los focos que se cernían sobre su figura y demostró para qué vino al Camp Nou y por qué costó 160 millones de euros.
Recital del brasileño que abrió la lata y consumó la eliminatoria antes del gol sevillista. Valverde lo advirtió: "Nunca se rinde y siempre lo intenta" y el carioca respondió a la fe del técnico azulgrana y a la del vestuario para poner de cara una eliminatoria que con el tanto del Sevilla, se tambaleó. Fue sustituido, pero no por falta de acierto, si no por la necesidad del equipo de piernas frescas.
Para el recuerdo
No eran –ni son– días fáciles para el 7 azulgrana desde que llegó al Camp Nou, pero hoy dormirá más tranquilo. Consciente de que ha hecho las cosas bien y que por una vez, en mucho tiempo, sus botas han respondido a las órdenes de su cerebro futbolístico. Desde el pitido inicial se palpó. Mano aquí, grito allá, y un lenguaje corporal olvidado por el barcelonismo. Desmarques de ruptura, carácter para encarar y una soltura que recordó a sus primeros encuentros de la temporada pasada, cuando encandiló al barcelonismo en cuestión de días.
Y sin tiempo para más, Messi le acabó de empujar. Penalti a favor del Barça –en un claro error del árbitro y ratificado por el VAR– y el capitán le cedió una misiva exclusiva para los mejores.
Una foto de Philippe Coutinho tirando el penalti frente al Sevilla / EFE
Un gesto que Cou agradeció tras el partido: "Leo es muy grande y el gesto con el penalti demuestra lo grande que es, no estaba hablado, surgió sobre la marcha". Un gesto que ahora agradece, pero que de haber errado hubiera hundido al futbolista. Soriano le adivinó el costado, pero lo tiró raso y al palo. Imparable. Y desde entonces el carioca sacó su varita mágica a pasear.
Conexión red
No tuvo Messi la noche inspirada de cara a portería. Falló lo que nunca falla y Soriano le frustró, hasta el añadido, el gusto de sentenciar la eliminatoria. El argentino volvió a marcar a su víctima favorita con una jugada calcada que minutos antes había fallado, pero ante la ausencia del argentino y sus goles –ya que asistencias repartió a diestro y siniestro– se erigió Coutinho y su buen amigo Luis Suárez.
Los jugadores del Barça celebran el gol de Coutinho / EFE
Con Coutinho elaborando su mejor juego, Suárez también no quiso ser menos que Messi. Le puso el tercer gol del encuentro en el área y como si fuera cuestión de vida o muerte –a efectos futbolísticos lo era– se arrojó con el alma para mandar el esférico al fondo de la red. Su posición en fuera de juego le privó de su hat-trick particular, pero Coutinho fue, como en su día Neymar frente al PSG, tan o más héroe que Leo Messi en esta épica remontada.
Coutinho se reencontró consigo mismo. El Camp Nou esperó y Coutinho lo agradeció como debe ser, con fútbol y carácter. Hizo vibrar a la afición y a su propio equipo y salió en el 81 ovacionado. Ahora solo tiene un objetivo por cumplir: darle continuidad a ese fútbol. Así, el Barça es imparable y la Copa acabará, de nuevo, en las vitrinas del Camp Nou por quinto año consecutivo. La ambición en este grupo es innegociable.