Cita clave para el fútbol internacional. Todas las miradas están puestas en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), donde esta semana se decide la viabilidad --o no-- de la Superliga Europea. Los quince jueces elegidos determinarán si la UEFA y la FIFA han abusado de su poder sobre el balompié europeo, al no haber permitido la puesta en marcha de la competición. La vista pública empezó este lunes, pero el momento realmente importante se dará durante la mañana de este martes 12 de julio, en Luxemburgo.
Aleksander Ceferin ya advirtió a Florentino Pérez (Real Madrid), Joan Laporta (FC Barcelona) y Andrea Agnelli (Juventus) de que se verían en los tribunales, y así será finalmente. Ya ha pasado casi un año y medio desde la primera tentativa de los tres clubes fundadores para crear el torneo, cuando los 12 equipos más poderosos del viejo continente provocaron un terremoto que sembró polémica y movilizó a varias aficiones en contra. Especialmente las de los conjuntos de la Premier League que estaban implicados en el proyecto, dada la pasión que allí desata el campeonato inglés.
El caso es que ahora, tras las conclusiones previas a la resolución, los jueces atenderán los argumentos de los implicados y el abogado general elaborará un dictamen no vinculante tras escuchar a las partes implicadas. Sobre todo a los representantes de la UEFA y de la Superliga --European Super League company y la empresa A 22--, aunque también tendrán voz la FIFA, emisarios de las ligas, gobiernos, federaciones... Un juicio tan denso como trascendental, cuyo fallo definitivo no se conocerá hasta las primeras semanas de 2023.
La palanca de los 600 millones
El Barça, al ser uno de los clubes fundadores, se juega mucho en esta resolución judicial. Joan Laporta siempre se ha posicionado a favor de la Superliga, defendiendo que el club azulgrana --y el fútbol europeo, en general-- tendrán mucho más a ganar que a perder. El FC Barcelona, de entrada, recibiría 300 millones de euros y, al cabo de unos meses, percibiría otros 300 millones más que servirían para sanear sus cuentas casi de inmediato. Un aliciente más que atractivo, como es lógico, para que el presidente y su junta sigan de la mano de Florentino Pérez hasta el final.
La entidad culé no quiere perder esos 600 millones potenciales, sin contar los beneficios económicos que podría generar a la larga un torneo de semejante calado mediático. Lejos de acercar posturas, en el último año y medio las dos partes antagonistas en el juicio --la UEFA y los creadores de la Superliga-- mantienen intactos sus argumentos iniciales, aunque con una excepción. Y es que la Superliga, que inicialmente se planteaba como una competición cerrada, todavía está por definirse y podría ampliar un poco más sus límites de acceso.
Élite, meritocracia y un gran negocio
Los 12 clubes que en principio se apuntaron al proyecto fueron Real Madrid, FC Barcelona, Atlético de Madrid, Manchester United, Manchester City, Chelsea, Liverpool, Tottenham, Arsenal, AC Milan, Inter de Milán y Juventus. Presionados por la airada respuesta de sus respectivas aficiones, los seis equipos ingleses fueron los primeros en recoger cable y dar marcha atrás. Y poco a poco, a cuentagotas, el resto también se fue desmarcando. Muchos fans --y sobre todo los altos cargos de la UEFA-- vieron en la Superliga a un torneo elitista y poco meritocrático, que no encajaba con la cultura del fútbol y sí con la de las competiciones estadounidenses.
La UEFA sigue manteniendo su postura férrea en Luxemburgo: la de preservar las competiciones tal y como se entienden, mantener la integridad de la competición y continuar adelante con el monopolio. Todo ello, claro está, predicando la idea de que lo hace para ayudar a que el fútbol siga en manos de todos, y no de unos pocos.
Barça, Madrid y Juventus, en cambio, son los únicos estandartes que aún defienden la Superliga. Aunque si ganan el pulso contra el poder establecido de las grandes instituciones del fútbol, no tardarán en recibir de nuevo la alianza del resto de clubes punteros. Es lo que tienen el poder, el negocio y el dinero. Que se retroalimentan progresivamente. Y al final, cada uno prioriza sus propios intereses.