Joan Laporta tiene cada vez más poder en el FC Barcelona. Su modelo presidencialista ha podido ser discutido durante estos primeros meses de mandato, pero cada vez lo será menos. Su director general, Ferran Reverter, es la segunda baja sonada del club tras la dimisión de Jaume Giró tan solo una semana después de que se ganasen las elecciones del Barça. Ambos se van por lo mismo. Exigieron a Laporta estar al tanto de todas las decisiones económicas y tener cierto poder de decisión. El presidente no se lo ha dado y el resultado es evidente: adiós.
Laporta sortea cinco obstáculos
Desde que ganó las elecciones de marzo, Laporta ha tenido diferentes frentes de fiscalización que le han parado los pies y cambiado los planes en alguna ocasión. Por un lado, los principales avalistas, Jaume Roures y José Elías, que frenaron algunas inversiones del presidente temerosos de poner en riesgo su propio patrimonio y tuvieron algo que ver en la no continuidad de Messi. Por otro lado, el propio Reverter, que puso palos en las ruedas sobre el acuerdo de la Liga y CVC en su cargo de director general del club. En tercer lugar, los estatutos, que imponían dos elementos de control muy importantes: el artículo 66, que ponía un límite del 10% del presupuesto a cualquier crédito que se firmase, y el artículo 67, que obligaba a la junta a dimitir si durante dos ejercicios seguidos presentaban una deuda superior a dos veces el valor del Ebitda. Y, por último, los propios avales, que se calculaban sobre el 15% del presupuesto de gastos del club.
Laporta, en una exhibición de regate maradoniano, ha conseguido desprenderse paulatinamente de todos estos elementos de control en menos de un año. Su mejor jugada fue convencer a Florentino Pérez de que le diese apoyo en la reducción de los avales y luego lo negoció con el Consejo Superior de Deportes. El propio Albert Soler, director del CSD que había sido despedido por Laporta en abril, explicó la jugada que entró en vigor en enero y libera a la junta actual de tener que avalar con su patrimonio. Consecuentemente, ello ha servido al abogado para quitarse de encima a los dos avalistas, Roures y Elías, que ya no tendrán poder de decisión. Y, de rebote, ello ha desembocado en la dimisión de Reverter, que se veía especialmente respaldado por Elías y Eduard Romeu.
Menos elementos de control
Eliminados esos tres significativos obstáculos que podían limitar su grado de actuación, Laporta ya tiene carta blanca. Solamente quedan las comisiones de control interno --tanto la compliance officer como la comisión de control y transparencia--, la prensa y los socios para velar por la administración del club. Toda vez que los elementos de control estatutario también se han esquivado con la modificación de los estatutos que se realizó en septiembre --se suspendió temporalmente el artículo 67-- y con la medida aprobada en la anterior asamblea, de junio, donde se aprobó la firma de un crédito con Goldman Sachas muy superior al 10% del presupuesto que marca el artículo 66.
Joan Laporta, junto a Jordi Cruyff y sus hombres de confianza Rafa Yuste y Enric Masip / EFE
El riesgo que corre el Barça es que se desprofesionalice la entidad en favor de un exceso de amiguismos en los órganos de gobierno del club. Laporta quiere a gente leal a su lado para evitar crisis como las que tuvo en 2005, con la salida de Sandro Rosell, Bartomeu, Faus, Moix y Monés, o la de 2008, donde dimitieron Ferran Soriano, Marc Ingla y unos cuantos directivos más. Laporta teme que le hagan la cama y quiere el poder absoluto. Sin embargo, existe el riesgo de incurrir en gestiones negligentes como la que representó la entrada de Joan Oliver cuando sustituyó a Anna Xicoy o de tener un CEO que vaya siempre al son del presidente, como le ocurrió a Òscar Grau con Bartomeu.