Han pasado seis meses desde que Joan Laporta ganó las elecciones a la presidencia del FC Barcelona. Generó una gran ola de ilusión a su alrededor que le proclamó vencedor por abultada mayoría (54,28% de los votos) el pasado 7 de marzo ante unos rivales, Víctor Font y Toni Freixa, que no estuvieron a la altura. Una ilusión que se va desvaneciendo a medida que avanza su segundo mandato presidencial, marcado por una grave crisis económica y por una improvisación galopante.
Avales 'in extremis'
La tónica de incertidumbre y decisiones atropelladas llegó en el minuto uno para quedarse. Los avales no se cerraron hasta la madrugada previa a la fecha límite en que debían presentarse ante la Liga. En la notaría D550 se cenaron pizzas y descorcharon botellas de cava para celebrar, como si de un título se tratara, el trámite imprescindible previo a la investidura. Sin la irrupción de José Elías, Jaume Roures y algún que otro actor cuya identidad no ha sido desvelada –se habla de Piqué y del propio Messi, que ofreció ayuda pero finalmente fue desestimada–, no habría sido posible armar el equipo directivo actual y se habrían tenido que volver a convocar elecciones. Laporta superó la prueba por la mínima, pidiendo la hora.
Desde entonces, la inercia que se desprende es la que ha definido el propio Laporta en alguna ocasión: de ir haciendo malabares. El vicepresidente económico que lideró una también improvisada campaña electoral, Jaume Giró, se marchó a las primeras de cambio aterrado por la anarquía del nuevo presidente y decepcionado por el incumplimiento de una promesa: que le tendrían en cuenta para la toma de todas las decisiones económicas. Eduard Romeu, mano derecha de Elías en Audax Renovables, asumió el breve legado de Giró.
El presidente motivador
El aterrizaje en el Camp Nou fue a lo grande. El vestuario recibió al nuevo presidente de brazos abiertos y pronto trascendió que la mayoría de jugadores socios le habían dado apoyo por el recuerdo que tenían de su etapa anterior. Laporta no había prometido nada a nivel deportivo salvo una cosa: motivación. El presidente asumió ese curioso rol de motivador y dio la sensación que por momentos funcionaba, especialmente con la consecución de la Copa del Rey, un título que se le da especialmente bien a Ronald Koeman. Sin embargo, cuando más a favor estaba todo para conquistar la Liga, el equipo se desinfló. Nada pudo hacer el motivador presidente, que terminó apuntando al héroe de Wembley como principal responsable del decepcionante resultado.
Una de las manchas negras de su breve mandato es el trato dispensado a Koeman, al que llegó a tener virtualmente despedido: le pidió 15 días para buscar sustituto. En ese espacio de tiempo, los hombres de fútbol hicieron cuentas y vieron que el coste de despedir al entrenador era demasiado elevado; especialmente porque no sabían a quién poner en su lugar. A Xavi Hernández todavía lo tiene castigado por haber apoyado a Víctor Font, así que optó por seguir el clásico dicho: más vale malo conocido que bueno por conocer.
Koeman, sí; Messi, no
A cambio de mantenerlo en el cargo, jugando con la indudable ilusión que tiene Koeman por dirigir partidos ante el público del Camp Nou, Laporta le exigió el cumplimiento de una serie de condiciones. En primer lugar, una rebaja de salario. En segundo lugar, el regreso al clásico sistema que se enseña desde las categorías inferiores de La Masía, el 4-3-3 inspirado en la filosofía cruyffista. En tercer lugar, la decisión casi absoluta sobre las entradas y salidas que definirían la confección final de la plantilla. El testarudo Koeman claudicó y fue recompensado con dos fichajes solicitados: Memphis Depay y, a última hora, Luuk de Jong. En contrapartida tuvo que aceptar el fichaje de Agüero y despedirse de jugadores como Griezmann, Emerson y, sobre todo, Leo Messi, el mayor símbolo de la historia barcelonista.
El episodio del adiós de Messi no es una mancha, sino el gran agujero negro de Laporta durante estos seis meses. Prometió por activa y por pasiva, en campaña y ya como presidente, que haría todo lo posible por convencer a Messi para que se quedase. De la noche a la mañana, el presidente asumió con pasmosa facilidad que era “imposible” retener a Leo y así lo anunció, señalando a la deficitaria gestión de Bartomeu y a las presiones de Javier Tebas como principales corresponsables de una decisión catastrófica para muchos pero que, en algunos sectores del barcelonismo, interpretan como una bendición para empezar, al fin, una nueva era desde cero. Aire fresco.
Despidos, enchufes y pérdidas por las nubes
Entre medio de todas estas decisiones deportivas, Laporta infló las pérdidas del club hasta los 481 millones de euros. Antes había despedido a más de 30 altos cargos del club –deportivos y ejecutivos–, con las pertinentes indemnizaciones millonarias que de ello se derivaban, siendo reemplazados en muchos casos por familiares y amigos íntimos, una práctica más que cuestionable a ojos del código ético del club. Entre los que salieron se encontraban los grandes artífices del sextete de balonmano, Xavi Pascual y David Barrufet. Sus despidos sonaron a rencillas pendientes con los nuevos peces gordos del balonmano que se han metido en el club, Enric Masip y Valero Rivera, aunque Laporta atribuyó nuevamente la decisión a motivaciones económicas.
“La nefasta herencia de Bartomeu”, como suele definirla Laporta, ha servido para justificar la mayoría de decisiones controvertidas que ha tomado el club. Especialmente el adiós de Messi, cuyo entorno sopesó la posibilidad de demandar a la directiva actual. Sin embargo, no ha impedido la inscripción de nuevos fichajes que, a la postre, han ayudado a impedir la continuidad del astro argentino.
Ese criticado legado ayuda a explicar los 481 millones de pérdidas amparados, en buena medida, en dos decisiones de carácter puramente contable: una devaluación del valor de la plantilla por un total de 138 millones de euros y unas provisiones por litigios judiciales valoradas en 90 millones. Esta última medida ya ha generado los primeros 55 millones de beneficios a la nueva junta de Laporta, gracias al acuerdo amistoso con Neymar después del 30 de junio. Los artificios contables que también utilizó Bartomeu en operaciones como Cillessen-Neto o Arthur-Pjanic siguen estando muy presentes en las oficinas de Arístides Maillol.
88,1 millones en traspasos
Ese afán por lograr beneficios de cara al nuevo curso no obedece sino al objetivo de eliminar los avales cuanto antes. 124,6 millones de euros es mucho dinero como para estar expuesto a que te lo acaben ejecutando. Una vez más, la motivación económica reluce como el principal móvil que explica la mayoría de decisiones, ejecutivas y deportivas, que se están tomando. Por ejemplo, la necesaria rebaja salarial exigida a los capitanes –curiosamente, después del 30 de junio y no antes– y que, pronto, se trasladará también a otros jugadores del primer equipo y de las secciones. Nikola Mirotic protagoniza a día de hoy el último capítulo de negociaciones enquistadas, a falta de que Sergi Roberto se una a los demás capitanes –Piqué, Busquets y Jordi Alba–, que renuncian a un 25% de los variables. Sin embargo, cabe destacar que la mayoría del dinero no lo pierden, sino que lo aplazan a futuro.
Otra buena gestión de Laporta ha estado liderada por su dirección deportiva, con Mateu Alemany y Ramon Planes a la cabeza. En un mercado atascado, han tenido la habilidad de generar unos ingresos por traspasos y cesiones de 88,1 millones de euros en un total de 10 operaciones (Emerson, Ilaix, Junior, Griezmann, Todibo, Aleñá, Akieme, Konrad, Cucurella y Rey Manaj). Con un gasto de solo 2,5 millones en Abde (2) y Yusuf Demir (0,5), más los 14 kilos invertidos previamente por Emerson, el balance de fichajes es muy positivo (+71,6 millones) y clave para seguir amasando esos beneficios tan necesarios de cara a reducir los avales. Buenas decisiones en clave económica que dejan como consecuencia una plantilla claramente debilitada en lo deportivo. Pero el que sufrirá la asfixia de los focos durante la temporada no es Laporta, sino Koeman, al que muchos en el entorno mediático laportista esperan con los cuchillos afilados.