Cuando Joan Laporta empezó en 1997 su carrera en el entorno del FC Barcelona hubo de forzar la máquina con un discurso basado en la agitación y en la necesidad de presentar otra realidad del barcelonismo y de un entorno con vida propia. Sólo gracias al apoyo político de su causa, con TV3 hostigando al presidente Josep Lluís Nuñez y el aparato de la antigua Convergència puesto a su disposición, pudo provocar el mucho ruido que necesitaba para hacerse un nombre y una reputación, por decirlo así, en una oposición a Núñez que empezó con una de esas maniobras mediáticas, oportunistas y corrosivas en contra de un presidente que ya llevaba dieciocho años en el cargo.

Pocos meses después de ganar plácida y ampliamente unas elecciones contra Ángel Fernández, habiendo acreditado tres títulos (Copa de Rey. Supercopa de España y Recopa de Europa), Joan Laporta lideró un voto de censura basado en la precariedad económica del club, déficit de la gestión, falsedades, opacidad y falta de transparencia en las comunicaciones, asambleas y en general en la relación con el socio.

El verdadero motivo, sin embargo, era que un año antes Johan Cruyff había sido despedido por los malos resultados y, bajo la dirección técnica de Bobby Robson, con Ronaldo e Ivan de la Peña como estrellas de un equipo en el que también brillaban Luis Enrique, Guardiola y Figo, el Camp Nou no había echado de menos ni a Cruyff ni a sus despropósitos técnicos y tácticos en una recta final abiertamente en guerra contra Núñez.

Joan Laporta con su junta directiva en la investidura / EFE

Joan Laporta con su junta directiva en la investidura / EFE

Aprendiz de brujo a la fuerza

Laporta, por tanto, se especializó muy pronto en generar contextos, posicionamientos y lecturas del momento y del análisis del club a su propia medida e interés al margen de si eran creíbles, legítimos o incluso posibles. Más o menos como ha hecho desde que se inició el último proceso electoral desfigurando a su conveniencia, intencionada y hábilmente la verdadera realidad del club.

Un Barça que bajo su discurso y poder de seducción y de gestión personal podía no sólo convencer a Leo Messi para que se quedara sino luchar en todos los frentes por reforzarse incluso con Mbappé y sobre todo por el noruego Haaland. Su padre y su agente y amigo Mino Raiola le visitaron en Barcelona sin que se volviera a saber de ellos. Aquí no había más que telarañas en la caja.

Varios meses después, el escenario que ha dibujado con su proverbial facilidad para el giro y la renuncia no tiene nada que ver con el proyectado de salida. Messi ya era justificadamente imposible de retener y para poder incluir a los nuevos -todos gratis y todos fichajes de Bartomeu menos Kun Agüero- hubo de ser un jugador, Gerard Piqué, el que se arreglara la ficha de este año deprisa y corriendo a 24 horas del inicio oficial de la Liga.

Verdaderamente nula o escasa la aportación propia del presidente, de la junta y de ese equipo de ejecutivos atrapados entre la parafernalia del presidente y la cruda realidad. Tanto, que cuando le obligaron a despertar de su sueño, el de un futuro con Messi, por la presión de los suyos, del camarote, del CEO, de los avalistas, de los auditores, de la LFP y de las órdenes de Florentino de seguir tocando en la orquesta de la Supercopa sobre la inclinada cubierta del Titanic, lo único que se le ocurrió fue irse de vacaciones unos días.

Joan Laporta, junto a un joven Leo Messi | FCB

Joan Laporta, junto a un joven Leo Messi / FCB
 

No hay sustituto, sin embargo, para él ni para su creatividad de nuevos e imprevistos episodios de ficción que ahora pasan por jugar de nuevo la carta Bartomeu, otra vez, aprovechando que el expresidente le pidió que de una vez por todas enseñara los números y las irregularidades, incluidas las presuntamente delictivas, si las hay.

Ganar en la dialéctica

Laporta por supuesto no respondió, sólo utilizó los cuatro datos que más le convienen para señalar a Bartomeu del fatal desenlace de su montaje, hoy sabemos que ilusorio, sobre Messi. Al final ha resultado que Bartomeu le obligó a quedarse contra la opinión critica de todo el entorno y que Laporta le ha dado ahora la patada también con la opinión crítica de ese mismo entorno, pero apuntando también a Bartomeu. Esa es la clave del éxito, que siempre sale ganando en la batalla dialéctica.

En general, tal es la firmeza y contundencia de su discurso y de su argumentario, aunque sean fantasioso e irreales, que nadie se atreve a levantar un dedo en contra de esa convicción. Sirva de ejemplo afirmar, como hizo, que la aprobación de las cuentas de Josep Maria Bartomeu sólo era una cuestión técnica, revisable, por supuesto, y que contemplaba realmente otros resultados, entre ellos un patrimonio negativo del club tras su mandato.

El caso es que cualquier socio, sobre todo los compromisarios que acudieron a la asamblea del 20 de junio pasado, pueden comprobar en la memoria impresa que les fue entregada (o en la web del FC Barcelona), con la firma y el sello de los auditores, la oficialidad del balance económico de la memoria del FC Barcelona del ejercicio 2019-20 incluido un saldo patrimonial de 35 millones positivos aprobado por mayoría de los socios (pag. 248 de la memoria). Es un hecho impugnable, aún se está a tiempo, pero no discutible ni cuestionable.

Laporta y Bartomeu, en una imagen de archivo | EFE

Laporta y Bartomeu, en una imagen de archivo / EFE

Pero de lo que se trata es de cerrar en apariencia una puerta -dijo que no quería viajar mirando al retrovisor como fábula de su propio ingenio para sus grandes escenografías- y abrirla hacia el otro lado. Ahora lo que más le conviene es que Bartomeu siga siendo el punching-ball también de la temporada 2020-21, de la inacción indiscutible y voluntaria de su mandato a partir del 17 de marzo y de la pasividad obligatoria de la Comisión Gestora.

Quitarse de en medio, esa sería la expresión para definir lo que quiere provocar en la próxima asamblea: unas pérdidas excepcionales, cuantas más mejor, atribuibles a Josep Maria Bartomeu, cuya junta dimitió el 27 de octubre de 2020, de modo que el trompazo se lo lleve cualquier otro incluida una acción de responsabilidad en contra del expresidente.

Un truco extremo al filo de lo imposible

Cuidado, sin embargo, con el abuso de ese truco porque los estatutos y la normativa, hasta la jurisprudencia, juegan claramente en su contra, no sólo del asunto del deterioro de los futbolistas, que no admitieron los tribunales en 2003, sino por la sobrecarga de provisiones -la de Neymar suena a tomadura de pelo- y sobre todo por el riesgo extremo de no acudir al decreto COVID para hacer el aval más confortable.

Laporta corre el riesgo, esta vez, de pasarse de listo, de que un juez no le compre la maniobra y sus avalistas deban hacer frente a pérdidas colosales. Laporta, sin embargo, que cayó víctima de sus propios malabares avalando la gestión de Joan Oliver en el Reus, ha sido precavido pues de todos los directivos es el que menos aval personal ha puesto en juego en el Barça, no llega al uno por ciento según algunas fuentes internas.

De momento, los otros avalistas le han puesto el freno a su teatrillo con Messi. Habrá que ver si el resto de esa compañía quiere también mostrarse tan audaz y osada como el presidente.