El calendario, como los borrachos, los niños, el algodón, la báscula y esa cana que le asomó a usted el otro día encima de la oreja, astuto lector, no engaña: este sábado el Barça cumplirá 113 días sin el concurso en partido oficial de Lio Messi. Vamos, que el verano se nos está haciendo a los culés más largo y más tedioso que el falso documental de Sergio Ramos. Hágase usted Prime para esto... La última vez que el mejor jugador de fútbol que han visto los tiempos se enfundó la camiseta de su vida, la azulgrana, marcó un gol. ¿Qué iba a hacer si no? Pero también perdió una final de Copa del Rey frente al mismo rival contra el que los culés se miden este sábado, en la jornada liguera que sucede a otro estomagante parón de selecciones en septiembre.
Si el Valencia fuera un caballo, el Barcelona no sabe si le habría puesto de nombre 'Relinchón' o 'Coceador'. Desde los tiempos del Piojo López, el Kily González y la defensa adelantada, los de Mestalla han sido para el culé un picor de axila, un pisotón en la uña del dedo gordo, un estornudo con agujetas, la madre de todas las hemorroides. Se sabe que una vez sirvieron para enmarcar un golazo de chilena de Rivaldo, pero pocas concesiones más han hecho a la alegría blaugrana. Lo cual los honra, ojo.
En los últimos tiempos, con delanteros tan sui generis como Alcácer, Santi Mina, Rodrigo, Batshuayi o Gameiro y un técnico angustias pero ganador como Marcelino (recién despedido, puro Kafka) se las han arreglado año tras año para dejar a los defensas culés como a los hermanos Dalton: embadurnados en alquitrán y plumas. Lo de venderle al Barcelona a André Gomes poniéndole una cláusula de 15 millones por si ganaba el Balón de Oro mejor lo hablamos otro día. Con mucho alcohol sobre la mesa y algún cigarrito de la risa para acompañar, por caridad.
Pero el día a día de la competición, contra los ches o contra quien toque, no es lo que debe preocupar al Barça. Sino que en esta jornada y puede que incluso alguna más, Messi seguirá sin formar en el once titular. Y eso le resta al equipo más identidad que los dichosos cuadritos de la camiseta. Sin poder contestar la pregunta de si encaja con Leo o no, el Barcelona 2019-20 es el gato de Schrödinger: es campeón de todo y a la vez no se juega nada ya.
De poco sirve emocionarse con la irrupción del prodigioso Fati, la disciplinada calidad de Griezmann o el progresivo encaje de un centro del campo que pide a gritos menos alboroto y más balón corrido. Tratar de evaluar al equipo azulgrana sin el concurso de D10S es como invitar a Scarlett Johansson a casa a tomar el té y decirle que se traiga a su abuela: ahí es casi imposible saber si va a haber tema.
Esa sensación de interinidad que da este nuevo Barça sin Leo no es necesariamente negativa. De primeras partes de la temporada muy buenas están las sepulturas llenas. Y no puedo sino imaginar la inyección de moral que para chavales como De Jong, Junior Firpo, el bebé Ansu o el propio 'Grizzi' significará que les devuelva la bola el mejor de la historia en un partido de los buenos. Cabalgar la ola de vértigo que eclosiona bajo los pies de Leo cada vez que recorre su endiablada diagonal mientras intenta resolver con el rabillo del ojo un cálculo doble: dónde está Jordi Alba y dónde se la va a devolver para que marque otro gol.
Si Messi no los libra del hastío en que los ha zambullido el guirigay de Valverde, están (estamos) perdidos. Todo lo demás, como dice mi admirado vikingo Guasch, miau.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana