Anda el barcelonismo alborotado por la entrevista que Leo Messi concedió a RAC1, en la cual el astro argentino reconoce que estuvo tentado de marcharse fuera de España cuando se le obligó a dar el paseíllo de la vergüenza por sus incumplimientos con Hacienda. Es verdad que Leo fue el primero en desfilar por el juzgado, y que entonces la opinión pública no había encajado aún la diferencia entre las cosas banales (el fútbol) y las importantes (el dinero público). Para mal y para bien, ojo: ni Messi era un arcángel intachable por ser el mejor futbolista que han visto los tiempos ni su delito era de terrorismo, oiga. Menos lobos.
En cuestiones del Fisco, hay que ser desapasionado: este señor debe tanto, pues que pague y a otra cosa, que tenemos muchos hospitales, centros de mayores y carreteras que mantener. Lo mejor es llegar a un acuerdo cuanto antes, aunque algunos como Xabi Alonso, que ha dado más de una patada sobre el campo impunemente, piensen que se pueden ir de rositas. Buena suerte con eso.
La bilis madridista, que siempre menosprecia a Leo excepto cuando se equivoca, contribuyó a su hartazgo, claro. Se queja el 10 de que "la gente hablaba de oídas, sin saber". No debería hacer falta precisar que lo que oía esa gente lo oía seguramente en El Chiringuito. Pero dejemos a los intelectuales con sus cosas y centrémonos en lo mollar de las palabras de Leo: se quedó porque ama al Barça, lo cual es muy importante porque, en contra de lo que preferimos creer todos, las grandes decisiones jamás se toman en ausencia de tentación.
También reveló que no habla con Bartomeu desde lo de Liverpool, que no se ve imitando las salidas de tiesto de Piqué, que en algún momento vislumbró a Neymar en el Madrid y que es mentira que no quisiera a Griezmann en el Barça. Incluido lo primero, a este humilde cronista le parecen todo mensajes de lo más tranquilizadores, la verdad. Luego no sé a qué viene tanto jaleo. Quizá sea porque tengo dos costumbres muy arraigadas desde hace años: merendar tarta todos los días 24 de junio y ponerme del lado de Leo en cualquier opinión y circunstancia. Si los infieles se quejan de que "el enano" maltrata a Bartra o a Alexis o al mismo Grizzi, mi respuesta es que los tres se pueden ir a jugar al Mollerusa esa misma tarde, si lo desean. Y cuando algún amigo me reprocha que no se puede defender a un "pequeño dictador", le aseguro y no le engaño que si Messi me dijera que sobra en este planeta, matarlo no lo mataría, porque eso no se le hace a un compadre, pero a lo mejor un día se despertaba atado, amordazado y cómodamente sentado en la bodega de una nave Soyuz rumbo a la estratosfera. Así está el tema.
Se puede hacer la contra a Messi, pero no cuenten conmigo. No estoy dispuesto a ser como el Sevilla, que tiene ya la cara colorada de tantas bofetadas que se lleva de D10S. El otro día, sin ir más lejos, intentó todas las artimañas de videojuego posibles para que Leo no les hiciera otro gol de falta, incluido que un tío se tirara al suelo detrás de la barrera por si disparaba raso y que otro reculara a toda prisa por si la daba tocadita.
Y se la clavó igualmente. Porque si Messi te la quiere clavar, te la clava. Y si se hubiera querido ir del Barça, nada se hubiera podido hacer. Igual que el bushido prescribe al samurái imaginar la escena de su muerte cada noche antes de dormir para vencer al miedo, yo fantaseo en cada crepúsculo de verano con que Messi se vuelve loco y ficha por el PSG. A estas alturas ya no creo que suceda, pero no tema, astuto lector: si eso llegara a ocurrir, podrá usted leerme en L'Équipe.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana