"El Barça trató a De Ligt como si fuera un queso. Pensó: 'Si viene De Jong, también llegará De Ligt". He aquí la última y pintoresca metáfora de Mino Raiola, representante del corajudo central neerlandés que estuvo en la lista de la compra del Barça el pasado verano pero acabó fichando por la Juventus. Es cierto que desde la barrera de la prensa deportiva se retrató al muchacho como poco más que un apéndice de su aún más rubio y sonriente compañero de equipo. Frenkie era la estrella del hermano Ajax, y al otro chaval lo encontramos en la calle. Como es lógico, Raio defendió sus intereses y colocó a Matthijs en una Juve que le ofrecía algo nada desdeñable: su nombre en el once titular desde el primer partido.
Cuenta el expizzero que lo de su pupilo y la Vecchia Signora venía de lejos. Y cree que los aficionados ajacied, quienes en este siglo ven en el Barça la materialización de los sueños que a ellos les han quedado grandes (hasta eso consigió Johan, que para los hinchas del Ajax sea motivo de orgullo ver a sus estrellas de azulgrana) fueron injustos con el muchacho. Es obvio que ser el suplente de Piqué no puede ser el sueño de ningún central joven que haya jugado de inicio en unas semifinales de la Champions. Pero también debe recordarse que Geri es de la quinta de Messi. El antibarcelonismo no insiste tanto en señalar su edad como hace con la de Leo, fantaseando entre humedades carnales con el momento en que no tendrán que verlo más enfundado en la 10 azulgrana, pero es un hecho que la carrera de uno de los mejores centrales de la historia del Barça está llegando a su fin.
Luego cabe preguntarse: ¿es un drama para un jugador de 20 años tener un lugar preferente como jugador de banquillo del Barcelona una temporada o dos si en el horizonte está la posibilidad de ser titular durante una década? No lo parece, pero es cierto que De Ligt tampoco se ha ido al PSG, sino a un auténtico club de élite. De esos que, cuando se les restriega de la cara el maquillaje del marketing y los petroeuros, solo quedan cinco o seis. Luego poco se le puede reprochar.
Tampoco si, como parece, se está cansando muy rápido de la vida de pesas, trastazos y moretones de un central en la Serie A, y ahí es donde el Barça tiene la obligación de no hacerse el estupendo. Hace años, cuando el exdelantero del Athletic Fernando Llorente llevaba seis meses jugando en el club bianconero, a menudo confesaba off the record que su vida se había vuelto un infierno de dolor y costillas magulladas. Y si se acuerdan, era un riojano como un castillo. Luego si un chico que se ha criado tocando bola y subiendo a rematar a gol desde la cueva se harta de que le claven codos, del patadón y tentetieso y de los insufribles aspavientos de un Cristiano en decadencia... no nos podemos sorprender.
Además, qué quieren que les diga: triunfar en Italia como central no es garantía de nada. Acuérdense de Walter Samuel, El Muro, que se deshacía como un azucarillo en el Madrid cuando le llegaban tres tíos con el balón controlado en lugar de con una patada en la boca de Zebina, un codazo en el cuello de Aldair y un escupitajo de Totti. Por eso los Miranda y Godín se van del Atlético al Inter a jubilarse y no al revés. Quicir.
Si el arrepentimiento de De Ligt llega a cuajar en ganas de cambiar de aires este verano, sabemos que Raiola no remará a favor. Pero también que Piqué tendrá un año más, que el umtitismo se ha desinflado, que Todibo no ha tirado la puerta abajo precisamente y que eso de que a De Ligt lo descartó el United porque podía tener tendencia a engordar siempre sonó a excusa de pija despechada.
No digo que la directiva del Barça, la de Bartomeu o la que venga, tenga que humillarse por el chico. Pero, por lo menos, que tengan la misma dignidad que cuando revisitan la posibilidad de fichar al infame Neymar. Ni una pizca más.
Porque no está el Barça, tal y como defiende estos últimos meses, para permitirse sufrir de intolerancia a la lactosa.
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