Hoy el inigualable Leo Messi, el mejor futbolista que han visto los tiempos, cumple 34 años. Y en el primer día del tramo final de su carrera puede afirmarse que no tiene ninguna razón para no seguir en el Barça. Los ronroneos que se le escaparon a Laporta mientras comentaba en una entrevista dominical que fichar a Agüero para dar al Diez de Dieces cariño y la tabarra para que renueve es una buena "jugada" sustancian ese principio de acuerdo por dos temporadas que lleva ya unas horas humeando por las redes.

Lo inminente de la buena nueva genera un vértigo metálico que se hace aún más agudo al recordar el septiembre pasado, cuando Leo salió en chancletas a malherir el poco decoro que le quedaba a un barcelonismo obliterado en Lisboa, destino final de una lista de humillaciones europeas y domésticas de gran tonelaje. Las razones de Leo para enviar un burofax alevoso se entendieron a la perfección, pero el alma del Barça sangró. Por el escaso detalle de sus requerimientos, por su inmisericorde equiparación del club con sus dirigentes y por unos primeros meses de temporada de penoso rendimiento deportivo. No fue fácil observar a un rehén que daba sus paseos por el patio con el brazalete de capitán.

Visto en perspectiva, creo que uno de los ribetes más dorados en la hoja de servicios de Koeman fue sacar a Messi del fango para volver a colocar su corazón en el equipo y al equipo en su corazón. Quizá solo por eso merece el año extra que Laporta ha acabado entregándole aunque la amarga perplejidad por el desenlace de la pasada Liga sea unánime. Porque no tengo yo muy claro si Leo se plantearía siquiera renovar de no haber disfrutado varios cientos de minutos de juego vistoso, con el incombustible Busquets limpiando las alfombras con esmero y un puñado de talentos revoltosos llenando de alegría, goles y remontadas la casa del abuelo. 

Ni siquiera tras la llegada de un president cómplice, capaz de traer al vestuario a su compañero de cuarto de toda la vida, de engatusar a un delantero talentoso y asociativo como el espectacular Memphis y de, quizá, cristalizar algún cambalache que permita recalibrar una plantilla elefantiásica, apuntalada a base de deuda para defenderse de los talonarios insondables de un puñado de jeques sin piedad.

De Messi, obvio, ya no se puede esperar que resuelva todo, o casi todo, para el Barça. Pero sí que consuele e inspire a quienes no encuentran sentido en que el equipo azulgrana deba reconstruirse y nadie sepa cómo. Como dice el gran Ignatius Farray, su misión ha de consistir, sobre todo, en traer paz a los avasallados. Y, solo por eso, todo lo que le cueste al Barça que Lionel sea su estandarte hasta el final de su carrera en la élite es dinero bien gastado. Incluso Laporta, más consciente que nadie de a cuánto asciende el pufo dejado por Bartomeu, soñó anoche mismo con que Marilyn Monroe le cantaba "happy Messi, mister president... happy Messi to you".

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