Lo confieso, me fío poco de los futbolistas que llevan el 7 a la espalda. Siempre me han parecido un poco mingafrías, gregarios, puntillistas, rococós y abúlicos. Que Dembélé vaya a heredar el dorsal del finiquitado Antoine Griezmann no puede provocar en mí sino un decidido enroque en esa ridícula superstición. Sin siquiera necesidad de remontarme a que el 7 fue el dorsal de Luis Figo o Korneyev, veo claro que los heptafílicos en el Barça moderno a menudo han sido un quiero y no puedo. Alfonso, Saviola, Gudjohnssen, Arda Turan, Coutinho... o el mismísimo Pedro, que dejó su mágico 17 para sucumbir a la mediocridad del número de los días de la semana, las notas musicales y los pecados capitales.
Una cosa es cierta: poca culpa tiene Griezmann de que, siendo un segundo delantero bastante potable, lo ficharan para jugar de todo menos de eso. Un poco lo que le sucede al bueno de Cou, quien lleve el dorsal que lleve es mediapunta y mediapunta se retirará, ya sea en el Barça, en el Liverpool o en el Espanyol. Entre esos dos fichajes tan henchidos de talonario como faltos de brújula y la decisión de fichar a Dembouz en lugar de pujar por Mbappé se empezó a ir el proyecto a medio plazo del bartoabidalismo por el sumidero. Luego ya ven que el 7, también el dorsal de la tortuga ninja a quien, al parecer, el Real Madrid dejará un año más cedido en el PSG, ocupa un lugar central, casi cabalístico, en esta tragicomedia blaugrana que nos ha tocado vivir.
Pero el problema de Antoine, y de este sí que puede hacérsele plenamente responsable, es que ni en ausencia del 10 ha pasado del notable raso. Han sido pocos partidos los que ha tenido para vindicarse como referencia, en efecto, pero que Messi desgarre los corazones de la culerada y este tío salga a robar 10 balones en lugar de pegar 10 trallazos a puerta ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia en el Barça. Y es que esa paciencia, al precio que le costaba, ya no se la podía permitir. Luego El Principito que pudo reinar, pero ni le dejaron ni supo cómo hacerlo, se vuelve a ese equipo donde la estrella es el entrenador. Razón por la cual en el Camp Nou nunca debe volver a jugar de local ninguno de sus pupilos. Porque ahí todos llevan el 7 menos un tal Luis Suárez, claro, que se ha ganado el 9 a goles y, literalmente, a mordiscos.
Es lógico echar de menos al Jumanji uruguayo, esa estampida de un solo hombre, y ha sido muy cabal borrar de lo más alto de la escala salarial azulgrana a cuantos amantes del número de años que se pasó el pesao de Brad Pitt en el Tíbet fuera posible. Este Barcelona tiene que remar a favor de tipos que quieran el 9 y, sobre todo, en los extraños tiempos que corren, el 10. Memphis y Ansu Fati, ojo a la doble negación que viene, no pueden no ser los que tiren del carro. Ese interés suyo por los dorsales que marcan la diferencia hay que premiarlo con cariño y, si responden a las expectativas, con el dinero que el club se pueda ahorrar soltando lastre ahora.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana