Es evidente que más de uno se alegraría de ver al Barça asfixiado por un final de temporada irrespirable, pero nada más lejos del devenir azulgrana en este postrero cuarteto del soneto. Una sutil bocanada de aire fresco tras otra inflama los pulmones de un club confortablemente asomado al mirador de su privilegiado destino. Mientras el complejo propagandista-industrial del Real Madrid vomita sin parar dióxido de carbono, en un intento como hace mucho que no nos atufaba de envolver en humaredas su incapacidad para plantar un mínimo de cara en la competición más importante según Zidane, el Barcelona gana altura, o más bien no la pierde, subido en lo que haga falta: otro 1-0 a favor, un empate, una derrota, las cajas de los informes Negreira, las maletas de Messi en sus visitas a la Ciudad Condal, los esfuerzos por generar distensión con la UEFA, los viajecitos de Mateu y Jordi a pescar refuerzos o apalancar ventas...
Por supuesto, no es posible olvidar que la mayoría de estos mosquetones que se pretenden usar en la vía de regreso hacia alturas pasadas tienen una tuerca floja, empezando por la escasa certeza sobre la capacidad del club para reforzarse en verano, apuntando además que no por resolver el last dance de Leo se deben descuidar algunas necesidades más acuciantes, y terminando por las subidas de precios a los abonados en un exilio a Montjuic que se adivina bastante deprimente. Pero oiga, nadie dijo que seguir siendo un club de socios endeudado hasta las cejas fuera fácil.
De hecho, el ejercicio azulgrana sobre el tapiz durante el último mes, entre la impotencia y la desidia, ha dejado unos resultados que bastan para sostener su liderato pero también son desalentadores. Aún peor que la agónica frialdad de los marcadores conseguidos es lo yermo del fútbol que practica el equipo en todas sus líneas. Ni su máximo goleador inspira temor, ni su defensa redobla los tambores, ni su mediocampo genera autoridad, ni sus futbolistas en banda desequilibran. Todo son ligamentos tiesos y remiendos tácticos. Un agónico intento por sostener los palos del sombrajo ante rivales que parecen siempre más enteros y trabajados.
Esta Liga, estadísticamente brillante pero también absurdamente plomiza, ya aburre hasta al culé más voluntarioso. De ahí que Xavi se vea obligado dar capotazos ante los periodistas que redoblan sus inquisiciones sobre el asunto Messi en busca de un mínimo de glamour que llevar a los ojos y oídos de sus audiencias. Pero continúa hoy tan vigente como lo ha estado durante el resto del mes de abril la duda de si el Barça puede permitirse vivir del aire de aquí al final del campeonato. Y es así porque en ninguna de las varias oportunidades en las cuales ha podido darse el gusto de fantasear con la rúa ha sido capaz de despachar un partido seminal. De hecho, ha rendido más cuando se ha enfrentado al vértigo de una victoria del Madrid en la jornada anterior que a la ilusión por abrochar el título a lomos del frenesí de Chukwueze, la entereza del vilipendiado Baena o el ensueño de Taty Castellanos. Quizá con eso le valga a este Barcelona para salir campeón, pero desde luego no para terminar de creerse que lo es.
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