Si tiene usted menos de cuarenta no lo recordará, amable lector, pero en la tele ochentera había un culebrón inglés titulado 'Arriba y abajo'. Contaba las venturas y desatinos de una familia bien de principios del siglo XX, los cuales vivían en las plantas nobles de la casa, y sus criados, que habitaban los sótanos de la vivienda. La más reciente 'Downton Abbey' recuperó la misma fórmula para retratar, entre giros de guion telenovelescos (pobre Lady Mary), la vida de unos aristócratas de la época y su séquito de sirvientes. El Barça no tiene sangre azul, y a mucha honra, pero siempre ha sido un club muy burgués. Luego no es de extrañar que su realidad sea comparable a la de ambas ficciones victorianas.

Las dos noticias de la semana en la actualidad blaugrana subrayan esa ambivalencia entre lo 'high class' y lo plebeyo. Entre la élite y el vulgo. Porque después de traer a Griezmann del Atlético, de flirtear con el regreso de Neymar y de negociar por Lautaro Martínez, el todopoderoso Fútbol Club Barcelona se ve fichando a un delantero del Leganés, co-colista de Primera División. 'É un mondo difficile, é vita intensa', que cantaba Tonino Carotone. Desde luego que el danés Braithwaite (por si fuera poca ironía, toma nombre de Lord y socio de honor del Club Reformista de Carnaby Street) es bastante buen jugador. Pasaba lo mismo con el también atacante pepinero En-Nesyri, a quien acabó fichando el Sevilla. Pero los hispalenses viven de eso, y se supone que el Barça tiene la mejor cantera del planeta fútbol junto con la del Ajax y la del Valle del Chota en Ecuador, de donde salen casi todos esos negrones de metro noventa que luego juegan en su selección.

Masferrer con Bartomeu en una imagen de archivo / Redes

Masferrer con Bartomeu en una imagen de archivo / Redes

Pero se ve que no, que esos fastos son de cara a la galería y que la política deportiva del Barça se parece más a la del equipo más laureado en la historia de la Europa League. Bien está que el barcelonismo se vaya amoldando a las mañas de quienes triunfan en otras competiciones europeas, porque ya saben lo que ha dicho Messi: que ahora mismo el equipo no está para ganar la Champions. Ah, pero esto con Braithwaite dará un giro, ya verá usted. O eso, o quizá fichando por fin a Monchi.

Visto el percal, no es de extrañar que a la directiva de Bartomeu le preocupara su imagen pública. Tanto como para gastar dinero del club en pagar a una empresa que al parecer cobra contratos de doscientos mil en doscientos mil euros por elaborar memes de dudoso gusto y echarlos a volar por Twitter. Alguien debería explicar a muchas personas adultas que se pasan demasiado tiempo mirando el móvil que las redes sociales no son la vida real, y que alimentarlas con esas millonadas solo lo justifica que te vayas a presentar a unas elecciones con poco más que tu cara dura, al estilo de Trump, de Vox o de Torra. También es cierto que hay que ponerse en la piel de Bartomeu: tanto aguantar los embates del independentismo dominante para luego dejar el club en sus manos debe de dar no poca urticaria. Pero para eso no hacía falta hacer el viaje desde arriba hasta tan abajo, ni meter los brazos en el lodo de hablar mal de la madre de los hijos de Messi, caramba. El genio detrás de esta ruinosa y vergonzante operativa de marketing tiene nombre y apellidos. Lo que no se sabe es por qué sigue teniendo empleo. Al presi le puede la lealtad. Y en esas condiciones, cuando quieres jugar a ser Maquiavelo... te quedas en Nobita. O peor aún, en titella.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana