En cuanto tiene la oportunidad de enfundarse la azulgrana, Dani Olmo no solo exhibe una virtud francamente exótica para cualquier jugador de la primera plantilla del Barça, la de catapultar el ataque en espacios reducidos, sino que da auténticas exhibiciones bailando de puntillas sobre su baldosín. La exitosa primera defensa del liderato en Las Palmas lleva la rúbrica de su deletérea pausa, un veneno destilado gota a gota entre la alambicada defensa de un rival que trató de repetir la misma fórmula que lo recompensó con tres puntos en Montjuïc. Pese a los juegos florales de Del Cerro Grande a los mandos del VAR, donde la presión del gran embaucador blanco ya empieza a empapar, esta vez los insulares se quedaron compuestos y sin palma.
El fútbol de Dani Olmo tiene algo de claustrofóbico. No solo por la constante sensación que transmiten sus mejillas afiladas y sus hechuras enjuntas, como si tuviera cuidado de no comer mucho para seguir cabiendo por esas rendijas que a tantos otros compañeros dejan sin aire. Le creería si me dijera que por las tardes se pluriemplea de espeleólogo rescatador, consagrado a seguir fino y flexible como requisito para salvar vidas, pues cualquier negociación con la piedra no es sino un ejercicio de futilidad. Además, su regreso al Barça -recordemos que se crio en La Masia, única fábrica de futbolistas digna de tal nombre por cantidad y calidad- ha estado decisivamente marcado por las estrecheces.
Las primeras, claro está, las económicas. Su inscripción para la segunda mitad de temporada sigue en estado cautelar, y quienes nos preguntábamos qué pintaba LaLiga recelando de un contrato presentado en tiempo y forma hemos descubierto hace poco la existencia de una empresa que se llama, oh, casualidad, como el documental del Barça de Laporta producido por Prime Video, y además según informaciones de Catalunya Ràdio tiene su sede en un coworking del emirato de Ras al Jaimah, un CEO moldavo y una delegación española en un piso particular del barrio de Sant Andreu. Si le hicieran una oferta de trabajo de esa empresa, yo le aconsejaría que no la cogiera. Pero en fin, qué sabré yo de ser 'líder mundial en conectividad'.
Además, están las angosturas que más atribulan a Dani Olmo: esas malditas lesiones musculares que le hacen perderse un mes de cada tres y tienen todo que ver con que sea jugador de segundas partes y a su vez no acabe ni uno de sus partidos de titular. Sin embargo, parece que Hansi Flick ha asimilado la gestión de los minutos del muchacho como ventaja en lugar de como rémora. Y no se engañe: nada le gusta más a un entrenador que dejar en el banquillo a un jugador capaz de sacarle las castañas del fuego cuando el partido se pone a ladrar. O, como en este caso, a hacer pío, pío.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana