
Alejandro Balde y Lamine Yamal festejan un gol del Barça al Real Madrid en la Supercopa EFE
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Para disfrute culé y contra todo pronóstico al inicio de una temporada que empezó cubierta por la resacosa neblina de Xavi y sus chifladuras, el presente curso nos está deparando de nuevo Clásicos muy igualados entre Barcelona y Real Madrid: esto es, da exactamente igual que sea en Liga o en la Supercopa, en masculino o en femenino, cuando los blancos ven asomar el logo de Spotify ya saben que les toca ir al rinchi. El nuevo ridículo que Ancelotti y sus mariachis padecieron entre los vientos huracanados del fútbol total de la Hansineta llevó a Herr Flick a conquistar su primer título posible, descarriló el iluso nosequeplete madridista y llegó después de una estéril polémica a cuenta de las inscripciones de Dani Olmo y Pau Víctor, reivindicadas con razón y concedidas de pleno derecho pese a las maniobras arteras de Liga y Federación.
Obviamente, los ganadores de nosecuantas Champions sin cruzarse nunca con Papá están al tanto de que desestabilizar al Barça es una buena manera de alejarlo de la única cosa que sabe hacer infinitamente mejor que ellos: jugar al fútbol. Pero, una vez más, de muy poco les sirvieron el despacheo y la jauría mediática en el cara a cara con balón de por medio. Empezaron abrochando de media chiripa un gol veloz y enrabietado, como en el histórico 2-6 del Bernabéu, y aún más deprisa que aquel 2 de mayo les pasó por encima una turbina blaugrana alimentada por la energía infinita de cuatro futbolistas que se han encontrado merced a una nueva conjunción cósmica de genialidad y barcelonismo.
El verbo de La Masía de nuevo se ha hecho carne en Lamine Yamal, quien ayer no solo pegó el baile habitual a cuantos rivales deambularon por su zona sino que además, desoyendo las leyendas de que lo mejor para batirle es tirarle fuerte por debajo de las piernas, disolvió el pegamento en los guantes de Courtois con un delicado pase a la red lateral. El aprendiz de mago de Rocafonda lo es ya solamente por edad, desde luego no por escasez de sortilegios imparables. Y ya no se puede casi ni carraspear ante quien le encuentra un aire a su ídolo, Neymar, e incluso al de todos los demás, de nombre Lionel.
En un Gavi ya totalmente recuperado encontró Lamine en la final a su mejor socio: un interior desequilibrante en extremo que es capaz de jugar en 360 grados porque domina a la vez el tiempo, el espacio, el balón y la posición. Su arte para cantarle al árbitro las cuarenta por caradura, o su prestancia para aguantar los empellones de Camavinga y Rüdiger como si sus cuerpos de Geyperman fueran de plástico barato es solo la pluma en el sombrero de su encanto como futbolista.
Pero, ojo, don Pablo Martín Páez Gavira es el mejor centrocampista surgido de La Masía en esta década solo porque Pedri compite fuera de categoría. Con uno más, con uno menos, llueva, truene o granice, el canario es un metrónomo enchufado a un amplificador de guitarra de 100.000 vatios. Ejecuta solos como Slash y conduce orquestas como Brian May. Es el vídeo ese de media docena de guitar heroes tocando con sus Fenders la canción de Juego Tronos. Honestamente: si no se le electriza la piel a cada compás mientras lo ve jugar, astuto lector, es que está usted ciego, sordo y/o muerto.
Por último, con que Raphinha les iba a meter un par de goles a estos pájaros yo creo que podíamos contar, o al menos nuestro capitán se ha ganado ya con creces que le tengamos esa confianza. Pero lo de Marc Casadó perdiendo la pelota que dio lugar a la cabalgada en solitario de Mbappé, y marcándose después un partido digno de Mauro Silva en el cuerpo de Bebeto no lo vimos venir. Este muchachito es un tesoro nacional, y todavía me vuelve tarumba que ni entre dos hermanos Hernández fueran capaces de verlo. Lo siento por ellos y les deseo lo mejor: que se relajen en la playa mientras imaginan que son los mejores del mundo en lo suyo. Vamos, lo mismo que hace Vinicius.
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana