Viendo que ya ni siquiera Wembley le sigue siendo fiel, se diría que el Barça acierta con el volantazo que el fichaje de Hansi Flick supone para el primer equipo de fútbol azulgrana. Al principio, la idea de prolongar un compromiso muy desgastado con una larga estirpe futbolística, la que va de Cruyff a Xavi pasando por Guardiola, tentó al sentimental Laporta. Pero una nueva sucesión de acordes y desacuerdos con el quejoso Hernández despertaron su vena más pragmática: lo que el Barça necesita ahora para no perder la esperanza no es un símbolo, sino un conseguidor.
Hansi llega solo al banquillo culé. No es otro heredero de una misteriosa fuerza que se debate entre la pureza y la oscuridad, sino un contrabandista en busca de un nuevo golpe de fortuna. Igual que Laporta estimó en su día que un Xavi bisoño podía ser al mismo tiempo estandarte y parapeto, ahora ve con buenos ojos lo que le puede aportar un extranjero modesto y de recorrido corto, del que ya poco se habla en la élite pero posee tres credenciales inmejorables para convertirse en el centro de un nuevo proyecto: su sextete con el Bayern, la memoria del pesadillesco 2-8 que aquel diabólico equipo suyo infligió al Barça en vuelo rasante, y las escasas exigencias que ha planteado en lo que respecta a fichajes.
A la espera de ver si Flick logra dinamizar tácticamente a un Barça de todo punto estancado, que en absoluto ha ido progresando en su juego pese a que así lo aseguraba su ya ex entrenador, en el club se aspira a vivir un verano de la paz. Habrá alguna venta justificada por razones económicas, se acometerán un par de incorporaciones y se cerrará la plantilla con las ya clásicas operaciones de cambalache, pero en general la llegada del exótico preparador alemán permitirá trabajar más en la consolidación del plan de viabilidad, incluidas sus áreas más opacas, que en la evolución del equipo. Seamos honestos: los objetivos para la temporada que viene no son la Liga ni la Champions, sino promocionar a las estrellas jóvenes y regresar dignamente al Camp Nou como vías para aumentar los ingresos por venta de camisetas y entradas. El salto competitivo seguramente tendrá que esperar.
El frenesí por detectar al técnico alemán cenando y comiendo en Barcelona durante la firma de su contrato hablan del acierto mediático de Laporta. Los informadores de la actualidad culé, hartos de la matraca de partidos infames y ruedas de prensa descabelladas que ha sido la última temporada con Xavi, elucubran sin cesar sobre cómo hablará y entrenará Flick, de qué forma se comunicará de manera efectiva con sus futbolistas y, sobre todo, cuándo los pondrá a sudar la gota gorda en los entrenamientos para deleite de un barcelonismo harto de ignominiosos 'challenges' (es desolador prometer dos días libres extra o una cena por ganar un partido a unos tíos que cobran entre todos 400 millones), palabrotas en la banda, optimismo de cartón y goleadas en contra. Será otra historia del Barça, y está por ver si la culerada querrá añadirla a los libros o acabará de nuevo obligada a refugiarse en el recuerdo de todo eso que pasó hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana.
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