Desde que el pasado martes por la noche, ya a solo tres puntos de ganar la Liga más plúmbea de su historia reciente, el Barça oficializó la decisión de Mateu Alemany de abandonar la dirección deportiva azulgrana, la culerada no ha podido sacudirse todavía una honesta sensación de orfandad colectiva. Padremany dignificó durante su periplo al frente del fichajeo culé la más amable tradición de tahúres y estraperlistas, templando voluntades con tanta rigidez como incendiaba las ilusiones de una afición subyugada, deprimida, avasallada por las vicisitudes del auténtico y no por tantas veces anunciado menos amargo fin de un ciclo triomfant.

Pese a la penuria de negociar rebajas salariales y los sabandijeos de La Liga, tan positiva ha sido su contribución a un club depauperado que se lo recordará más por ser el factótum de un Barcelona ganador --al menos en el ámbito nacional y zarandeando al Real Madrid et al. como en los viejos tiempos--, que por la coincidencia entre su llegada y el entonces sorpresivo adiós de Messi. Un episodio francamente penoso, y que podría encontrar un resarcimiento no exento de ironía en el anuncio de la vuelta de Leo solo unos días después de la marcha del propio Mateu, prevista para el 1 de julio próximo.

Ya aseguran los presuntos connoisseurs que uno de los motivos de su marcha, si no el principal, es mostrarse contrario al retorno del Diez de Dieces. Pero es que el balear estaría faltando a sus obligaciones como gestor deportivo del club si no considerara equivocado recuperar a un jugador de 36 años para reconstruir a su alrededor un equipo que de hecho ya está a medio restaurar. Se intuye que jugará de interior derecho, que tiene el potencial para resolver, incluso con su edad y condiciones actuales, algunas carencias graves de la plantilla en cuanto a la ruptura de líneas por dentro y la generación de superioridades. Pero, obvio, en el mejor de los casos se trata de una solución sin continuidad, y siempre amenazada por la contingencia de un percance físico que obligue a Messi a terminar su carrera antes de lo previsto y devuelva parcialmente al Barça a la casilla de salida. Quicir, recuerden lo del Kun Agüero.

Eso sí, Leo es el único que encierra el potencial de suturar dos heridas: la económica del traslado forzoso a Montjuic y la llaga emocional que su ruptura con el Barça dejó entre los testigos de ese maravilloso viaje de niñín raquítico a coloso histórico. Luego tampoco se puede decir, creo yo, que su vuelta sea una barbaridad como para rasgarse la camisa y pirarse al Aston Villa. Ni se puede negar que es atrayente la aventura profesional de subir de nivel a un histórico de la Premier, especialmente si viene acompañada de plenos poderes deportivos (en concreto, el de poder fichar sin que opine hasta el cuñado del presidente), un talonario grueso y un financial fair play bastante menos balls-toucher.

En teoría, la marcha de Mateu no tiene por qué lastrar el proyecto del Barça actual, pero es inevitable que los culés arranquen el verano engazpachados por la duda: ¿darán de sí los macros de Excel que deje programados antes de su espantada el mago de Andratx para tanta fantasía? A saber, el último tango de Messi, las milonguitas de Busquets, Alba y otros cuyos sueldos necesitan ser diferidos o recortados, el enésimo auto de fe con Dembélé, las ordalías de Ansu, Ferran o Éric García, los pleitos con la Liga para materializar incluso las inscripciones de jugadores renovados o las varias incorporaciones que siguen siendo tan necesarias. Recordemos que en esta plantilla que acaricia el alirón no hay ni delantero centro suplente ni lateral derecho. Desde luego, como ya anunció el propio Alemany, la vida sin él va a ser una componenda interesante.

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