Poco después de que el PSG hiciera lo peor que sin duda se le puede hacer al Barcelona, ingresarle en la tesorería más de 200 millones de euros, la Junta de Bartomeu no perdió el tiempo y afrontó de forma decidida el reto de defraudar cualquier expectativa de buena gestión. Inmersa en una mazurca enardecida, dilapidó alegremente el pecunio del club fichando con temporada y media de diferencia a dos futbolistas que jugaban de manera demasiado aproximada en la posición de Messi: Coutinho y Griezmann. Por supuesto, lo hizo sin llegar a comunicárselo jamás a Leo, quien se los encontraba con cara de perrillos extraviados en el interior o el extremo zurdo y pensaba que solo servían para devolverle paredes y limpiarle espacios, como todos los demás.
Por si este plan sin fisuras diera muestras de flaqueza, el Barça ya se había gastado antes más de 100 kilos en firmar a un extremo hijo del relámpago y la rotura fibrilar llamado Ousmane Dembélé, a quien a día de hoy su enésimo entrenador como azulgrana aún sigue tratando de convencer de que sabe jugar al fútbol. Otras tropelías se cometieron, por supuesto, pero ninguna a la altura de las tres mencionadas en cuanto a masa salarial, hipoteca del patrimonio de la entidad y náusea existencialista. Pero esos jolgorios de gasto con funesto desenlace son cosa del pasado. Ahora el Barça se haya inmerso en la segunda fase de un tortuoso regreso a la sostenibilidad financiera y deportiva que, de hecho, transcurre mejor de lo esperado.
Incluso con el estacazo de la eliminación en Champions, el objetivo de terminar la primera campaña tras la activación de las palancas financieras con una plantilla rejuvenecida madurando a la sombra de Xavi y levantando al menos un título importante parece ya más que probable. El retorno a la senda de la victoria en los Clásicos y la capacidad para resisitir en la adversidad de las lesiones suponen un espaldarazo extra de cara a un verano en el cual se impondrá la austeridad. Llegadas de jugadores libres, de rendimiento inmediato y que empoderen la plantilla sin llegar a saturarla, además de una obligada y quizá amarga ración de salidas para la cual el padre de Ansu Fati demostró hace pocas horas, en sus alevosas campanadas a medianoche, que está tan cerca de ser el mejor aliado del Barcelona como el peor enemigo de los intereses de su hijo en el club.
Un detalle que ha pasado un tanto desapercibido esta semana han sido las manifestaciones de Anthony Elanga, jovencísimo extremo sueco en la disciplina del Manchester United, sobre una discreta negociación para vestir de azulgrana que presuntamente se produjo en el pasado mercado invernal. El caso parece verosímil, desde luego digno de Alemany y Jordi Cruyff, y también muy interesante por cuanto tiene de inteligente el intento de sublimación de un trauma del pasado. Seguro que usted, astuto lector, recuerda los tiempos en que clubes como el Arsenal, el mismo United o el Chelsea se acercaban a La Masia, sabedores de que una gran generación de jugadores de la casa blaugrana combinada con un talonario abultado para fichar actuaba como tapón para muchas de sus jóvenes promesas. De esta forma Fàbregas, Fran Mérida, Bellerín, Adama, Ignasi Miquel, Éric, Toral, Cucurella o Piqué acabaron asomando, con suerte muy dispar, por una Premier que por aquel entonces ya era rica pero no tanto como ahora. Puede ser una gran idea para el Barcelona tratar de darle la vuelta a esa tortilla en particular.
Si algo destaca en la actualidad del campeonato inglés son su mastodóntico gasto en fichajes y las plantillas trufadas de peloteros rutilantes, no pocos de los cuales se ven penalizados por el overbooking y rara vez disputan un minuto. Por supuesto, la situación tampoco deja el mínimo carril libre a la trayectoria de sus promesas. Un Barça con el talonario embargado indirectamente por la Liga y su mejor generación del siglo camino de consumar la retirada necesita de algunas estrategias innovadoras. Y la cantera propia, donde nombres como Estanis, Chadi, Alarcón, Marc Casadó, el Pocho Román o el prometedor Yamal se asoman al primer equipo, no lo es tanto como tratar de seducir al talento joven ahogado por la fiebre esterlina en los clubes británicos. A lo mejor la solución para delinear el futuro de este Barcelona depauperado está, al contrario de lo que reza el tradicional eslogan, en tocar La Masia... pero no solo la propia, sino también la de otros.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana